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Lo andaluz

Cerro del Cuerno/13

En un artículo publicado hace algunos años en un suplemento periodístico con motivo del día de Andalucía, José Manuel Caballero Bonald mostraba sus dudas sobre la existencia real de una auténtica cultura andaluza, decantándose finalmente por considerar “lo andaluz” como una "poliédrica combinación de atributos", la fusión de muchos rasgos y muchos caracteres culturales de diversa procedencia que han conformado a lo largo de los siglos una personalidad compleja difícilmente reductible a la unidad. En esa misma publicación, Francisco Ayala consideraba rotundo que lo andaluz es "una invención, una creación, como todo en cultura" y se felicitaba porque la característica común a muchos intelectuales andaluces consista precisamente en negar la esencia del andalucismo. Sólo estando de acuerdo con estas premisas de dos andaluces universales podríamos mantener que Los Pedroches son un territorio andaluz.

En efecto, faltan en Los Pedroches muchos de los rasgos tópicos con los que suele caracterizarse festivamente al andaluz. A todos nosotros nos han dicho alguna vez, cuando salimos de nuestra región, que no parecemos andaluces, porque no tenemos “acento”. Tampoco, hasta hace algunos años, sabíamos bailar sevillanas e incluso la pasión generalizada por el flamenco es reciente. Y qué decir de la Semana Santa castellana de nuestros pueblos, de nuestras matanzas extremeñas, de nuestras jotas manchegas y tantas otras cosas venidas del norte, del este y del oeste. Porque hasta en lo geográfico Los Pedroches parecen un añadido, una moldura que rompe la línea recta que separa a Andalucía. Esa Andalucía a la que hasta hace poco se accedía por Despeñaperros, límite totémico a decir de muchos entre lo bético y lo castellano, olvidando cuantas otras sendas de penetración ha habido a lo largo de la historia.

Los atributos de esta comarca, que vivió con frecuencia de espaldas a Andalucía y sufrió cierto abandono institucional, fueron tomados de todas las tierras con las que ha estado en contacto, absorbidos de aquellas gentes que pasaron por aquí a lo largo de los siglos para ir a otro lugar o para quedarse. La multiplicidad ha dado lugar a una entidad rica y hermosa, compleja y diversa, pero desconocida, sin definir. En buena parte olvidada, y de ahí la necesidad de rescatar ese olvido, ese desconocimiento de las cosas que solemos tener de lo más cercano. Urge, no para crear ninguna individualidad artificiosa, sino para sabernos y reconocernos más fuertes y seguros ante el futuro, ante ese futuro que ya sin remedio se vislumbra amplio, abierto y sin fronteras.

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