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Cerro del cuerno/20

Lo cuenta Al-Jusani en su Historia de los jueces de Córdoba. Cuando el juez de la aljama cordobesa, Said ben Soleiman el Gafequi, natural de Belalcázar, se presentó en la mezquita por primera vez, los curiales le juzgaron con desprecio a causa de su humilde origen y pusieron bajo la estera en que había de colocarse para orar gran cantidad de cáscaras de bellota para burlarse de él. Cuando, terminados sus rezos, levantó la estera para ver lo que debajo crujía, vio las cáscaras y dijo:”Oh asamblea de curiales, vosotros me echáis en cara el que sea de Fahs al-Ballut (como entonces se conocía a la comarca); pero yo os prometo que he de ser tan duro como la madera de encina, que no se hiende”. No sé por qué me he acordado de esta anécdota cuando leí en el editorial de este periódico de hace unas semanas que, al ser presentado por un periodista de Canal Sur como un “entrenador de Córdoba”, Antonio López, segundo técnico del Valencia, se apresuró a corregir: “soy de Pozoblanco, de Los Pedroches”. En ambos casos, en tan diferentes situaciones, se percibe una reivindicación orgullosa de la tierra de nacimiento, haciendo de la proclamación de su lugar de origen un modo de afirmación personal no obstante haber alcanzado el éxito profesional lejos de él.

Hay personas que cuando triunfan fuera de su tierra reniegan o se avergüenzan de sus orígenes por considerarlos demasiado humildes y acaso no acordes con la magnitud de su éxito. Otras, en cambio, reclaman con altivez su procedencia y en este comportamiento observo un gesto de nobleza intelectual que prestigia a la persona y al lugar. Especialmente porque no se aprecia en este proceder la vindicación agresiva de una quizás inexistente identidad territorial, sino una muestra de amor a la tierra de los padres, a donde uno, por muy lejos que marche, siempre sueña con volver. Pues este deseo de retorno a la patria, en el sentido épico en el que Homero hace regresar a sus héroes al hogar, lo considero innato a la naturaleza humana: uno parte hacia el mundo en busca de aventuras, de conocimientos, de otras realidades, pero en el transcurso el viaje se aparece siempre como un estado transitorio. Aunque uno asiente su vida en otro lugar y la colme de satisfacciones, hay siempre latente un deseo de volver, que sólo se sacia con su cumplimiento. Cuando, al fin, uno emprende el regreso, cuando tras recorrer mares inexplorados y tierras vírgenes decide finalmente regresar, cuando alcanza la altura del Miramontes y contempla el horizonte, al cabo uno comprende que todo estuvo hecho para esto, y descansa de nuevo en su tierra, en su pueblo, en su casa.

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