Misterios
Cerro del Cuerno/24El camarín de la ermita de la Virgen de Luna, en plena dehesa de La Jara, se asienta sobre una gran masa rocosa que resulta visible desde el exterior. Desde ella, mirando al sol poniente en un atardecer solsticial de finales de junio, asistimos a una alineación marcada por la cruz que preside la explanada y que bien pudiera representar un primitivo monolito señero de cultos astrales. La luna, el sol y la roca forman los eslabones de una cadena que atan el misterio de un bosque encantado, donde los espíritus revolotean airados tras el violento despertar por las cencerradas de san Juan. Los dólmenes prehistóricos señalan un territorio sagrado donde en las breves noches del verano intenso se reviven ritos ancestrales con danzas primitivas bajo la luna llena, para venerar a una divinidad que no se puede nombrar.
En un turbador ejemplo de tolerancia seguramente inconsciente, alguien incrustó en uno de los muros de la ermita de la Virgen de Guía de Villanueva del Duque una pequeña estela funeraria romana consagrada a los dioses Manes. La sobriedad recóndita y acabada de esta iglesia cargada de silencios emana un aroma templario de caballeros defensores de un territorio y de unas leyes, quienes en su noche postrera enterraron en las paredes del templo el secreto de su sabiduría y pusieron en los tenues rayos de sol que en los atardeceres veraniegos penetran por el pequeño rosetón de la portada la clave que descubre a una hora determinada la solución a su eterno enigma.
Y, al fin, la cruz que marca en todos los planos en sitio exacto de los tesoros, la Virgen de las Cruces, donde antes de que los caballeros de la Orden de Calatrava nombraran por primera vez el villar de Santa María (y al hacerlo abrieran la liturgia mariana del reino cordobés), ya hacía siglos que otros pobladores habían señalado la realidad mística del lugar, practicando en oculto los ritos eleusinos en honor de Proserpina, la diosa de los Infiernos, la que reparte su vida entre la tierra y el mundo subterráneo, como la luna, como el sol, como estas vírgenes viajeras y fraccionadas que marcan en sus desplazamientos la ruta del conocimiento y definen un territorio de misterio que se extiende entre el primer escalón del batisterio paleocristiano de Las Cruces y las marcas que los canteros dibujan en los bloques graníticos del torreón más grande de los Sotomayor. Cuando el sol del atardecer dora las almenas, en El Soto suenan los rumores subterráneos de una ciudad que fue enterrada en una sola noche de verano, cuando sus habitantes, hasta entonces temerosos, decidieron al fin gritar el nombre de su diosa, la que no se podía nombrar.
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