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Hace ya casi un año escribí aquí sobre la introducción masiva de ordenadores en las aulas del IES. Los Pedroches de Pozoblanco, y se mantuvo entonces una pequeña polémica en la que participó Mateo Porras, coordinador TIC del Centro. Hoy, leyendo su Memoria final del proyecto TIC del curso 2003-2004, observo en él tanto entusiasmo como vaguedad en los resultados. Que la mayoría de los alumnos piense que la aplicación con más valor didáctico es "navegar libremente por internet" no deja de ser representativo de las limitaciones de esta propuesta que amenaza con extenderse por todo el sistema educativo español.

Pienso ahora, como entonces, que la excesiva presencia de los ordenadores en el proceso de enseñanza-aprendizaje trastorna gravemente el desarrollo educativo, y no necesariamente para mejorarlo. Todavía no parece quedar claro que el ordenador es un mero instrumento y no un fin en sí mismo, y mucho menos la solución de los muchos problemas que tiene planteada la enseñanza. Un ordenador no hace bueno a un mal profesor ni a un mal alumno, aunque a veces, haciéndonos comulgar con ruedas de molino, se nos quiera hacer creer lo contrario. En una entrevista de ayer en el Diario Córdoba, se hacía decir a un alumno de 2º de ESO que quiere ser programador en el futuro: "[Los ordenadores en clase] harán subir las notas, supongo, porque lo que encuentres en internet es mucho más útil que una enciclopedia o cualquier libro de texto". Y lo malo es que esta creencia parece generalizarse en personas de mente más formada que la del infante, inconscientes ¿quizás? de que precisamente la libertad, que es una de las características fundamentales de este medio, es lo que hace que sólo un individuo con cierta cultura pueda realmente sacar partido de lo que internet ofrece, en cuanto que pueda y sepa discernir lo fiable de lo falso. Equiparar un documento de internet, que cualquiera puede haber escrito, con los contenidos de un libro de texto, redactado por especialistas, me parece una grave perversión a la que esta locura nos puede llevar. Por no hablar de otro testimonio recogido por ahí, que dice: "en historia sería más razonable usar un juego tipo estrategia (pero realista) o un MMORPG para enseñar la historia del imperio romano que un tocho de 20 folios". Sobran comentarios.

Precisamente en internet (este valioso instrumento para tantas cosas, aunque de utilidad limitada en la escuela) pueden leerse multitud de artículos sobre este tema. Clifford Stoll, uno de los pioneros de internet, se ha convertido últimamente en uno de los mayores adversarios de la enseñanza a través de los ordenadores, convencido del engaño que subyace bajo el optimismo tecnológico, donde no faltan los poderosos intereses económicos de las multinacionales (véase su libro High Tech Heretic: Why Computers Don't Belong in the Classroom and Other Reflections by a Computer Contrarian). Aquí puede leerse un breve artículo que glosa sus ideas, del que entresaco este párrafo:

"Con frecuencia cada vez mayor, se invierte dinero que antes era empleado para los enseñantes o para la adquisición de libros, en computadores y en conexiones con el internet, en software y en trabajo de mantenimiento y reparación de los aparatos, así como en salarios para los expertos en los sistemas; al tiempo que bibliotecas, salas de música o laboratorios de química, son transformados en salas de computadores. En lugar del experimento con la probeta de ensayos y el mechero de Bunsen, surge ahora la simulación en la pantalla del computador. En lugar de un trabajo o una ponencia escolar elaborada concienzudamente por el alumno, ahora son la regla los hábiles montajes hechos a base de superficialidades procedentes del internet, y la comunicación viva y directa con el maestro y los compañeros de estudios cede el paso a las “interacciones” multimedias de programas de aprendizajes previamente elaborados."


Y se refiere a su experiencia en Estados Unidos, donde en algunas guarderías los niños de dos años tienen todos los días 30 minutos de informática frente a un teclado a su medida, adaptado para juegos educacionales, y los de tres y cuatro aprenden a leer y a escribir con la vista en la pantalla. Todo esto está por llegar aquí, pero Stoll ya piensa que "ningún ordenador nos va a enseñar ni a mi hija ni a mí lo que es caminar por un bosque cuando llega la primavera".

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