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Infancia

Cerro del Cuerno/36

Portada del libroDe lo que menos me acuerdo al recordar mi infancia es de mí mismo. Quiero decir que recuerdo más las circunstancias que me rodeaban, las personas y cosas con las que compartí vivencias, que mi propio desarrollo, probablemente porque, contrariamente a lo que suele decirse, durante la infancia no ocurre casi nada digno de ser recordado. En cambio, ahí está indeleble la calle de tierra donde jugué al catre y al pincho, los amigos todavía con cinco o seis años, el día de la Candelaria, los convites de San José y los feriantes del turrón montando su caseta los días previos a la feria. Eso no se olvida. Algo así, pienso, le ha debido ocurrir a Manuel Moreno Valero, quien, en su último libro, Recuerdos de mi infancia. Testimonio de una época…, habla mucho más de los demás que de sí mismo. Aun siendo con propiedad un libro de memorias, el autor nos presenta con cierto detalle los lugares, las personas, los ritos y los sucesos que le acompañaron en su infancia, pero dejando en un segundo plano al niño Manuel, al que imagino ya entonces observando todo lo que le rodeaba con la curiosidad e inquietud de quien ha nacido con la condena tremenda de preguntarse constantemente por el porqué de las cosas.

Manuel Moreno Valero, el sacerdote, el cronista, el amigo, tiene pasión por la recopilación enciclopédica. Así lo demostró con creces en su obra todavía no suficientemente valorada La vida tradicional en Los Pedroches (2001), compendio y síntesis a la vez del ser, sentir y actuar de las gentes de nuestra tierra en unos modos ya en desuso que, sin embargo, todavía nos retratan con toda precisión. Y ahora vuelve a hacerlo en este nuevo libro en el que su infancia es una excusa para plasmar una riquísima estampa del Pozoblanco de los complejos últimos años de la primera mitad del siglo XX. Con la subjetividad inherente a toda visión propia y en primera persona, pero con el distanciamiento que proporcionan los años pasados, las experiencias vividas y las lecciones aprendidas en la historia, que te hacen contemplarlo todo con igual pasión pero con menor apasionamiento. Desde La Roldana al Caraquemá, el desfile de personajes forma una colmena particular que explica en sí misma cómo fue la vida de aquel niño que creció entre la calle Real y el Ciento, que pronto empezó a escribir las cosas que veía y que, por muchos cuadernos que queme, nunca podrá dejar de tener parte de su corazón puesto en su tierra y en el amor a la escritura, enfermedades ambas sin curación posible.

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