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Cita en Añora

Los visitantes en el interior de la parroquia de San Sebastián de Añora. Foto: DaniLa madrugada fue un pronóstico que se cumplió con creces. El calor inundó el día de la Cruz en Añora, donde la Coordinadora de páginas web de Los Pedroches había convocado a los comarcanos a realizar su tercera visita cultural. Ni siquiera el recuerdo de la nieve de Pedroche consiguió enfriar los ánimos que, muy al contrario, alcanzaron puntos de ebullición con el chocolate mañanero acompañado de repostería local y, sobre todo, con el calor de la pasión de las cruces noriegas, espejos no más de siglos de dedicación intensa.

"Envidio a las personas que vayan a ver por primera vez las cruces de Añora", dicen que dijo el guía de la visita. No es para menos. La sensación de enfrentarse por primera vez cara a cara con semejante prodigio vale un potosí. Antes, Antonio nos explicó brevemente los orígenes del pueblo, al pie de una noria de reciente instalación en la Plaza de la Iglesia. Luego visitamos la parroquia de San Sebastián, donde el cicerone siguió, según su gusto, rompiendo los mitos de la antigüedad como valor absoluto a la hora de ensalzar los monumentos. Iglesia del siglo XVI, con artesonado del XVII y torre del XVIII. El mudéjar sólo existe en el monolito informativo de la entrada. Atentas, escuchan 52 personas, venidas de Belalcázar (las más, 21 en total), Pozoblanco, Pedroche, Córdoba, Puertollano y Añora.

Luego acudimos al ayuntamiento, construido probablemente también a mediados del siglo XVI coincidiendo con el otorgamiento del título de villa a la localidad. Una recentísima restauración ha dejado el edificio al descubierto, donde merece la pena contemplar las dependencias abovedadas del antiguo pósito (hoy inapropiado salón de plenos) y el mecanismo del reloj, procedente de la maestría de los Canseco, que el año que viene cumple cien años. La vistosidad de las dependencias se incrementa notablemente con la meritosísima colección de fotografías del artista Ismael, fotógrafo pozoalbense con arraigo noriego. Sorprendió a algunos la amabilidad del alcalde de Añora, que tuvo la gentileza de acudir personalmente a mostrarnos tan espléndido edificio.

Por la calle Concepción, pasando por su cruz y por la plaza de las Velardas, llegamos a la plaza de San Pedro: su cruz y su ermita. El frescor del templo es un consuelo para los caminantes que, ignorantes de lo que aún les aguarda, ya comienzan a dar síntomas de fatiga. Ermita del siglo XV, arcos, tableraje, estelas romanas. La cruz de la plaza vestida en todo su esplendor. Luego, la cruz de Arriba y la de calle Amargura. Calle Virgen, con sus cruces de interior y exterior, y la ermita de la Peña. Agrada a todos su entorno, tan bien cuidado. Su empedrado, sus zonas verdes, provocan envidias. Al lado, el lienzo más extenso de fachadas de tiras, el emblema de la arquitectura popular noriega, que salpica todo el pueblo. En el interior, otro momento más de reposo en los bancos en sombra, mientras el guía recuerda la historia de la ermita, que antes fue de San Martín y después de la Virgen pequeñita. Todos suben al altar a verla de cerca, incrédulos de tanta pequeñez, sorprendidos de tanta grandeza.

En el interior de la ermita de la Virgen de la Peña. Foto:Dani
Los visitantes en el interior de la ermita de la Virgen de la Peña. Foto: Dani.

Sigue el rosario de cruces. Exterior de San Martín (primer premio), interiores de calle Olivos (primer premio), calle Córdoba y plaza de la Iglesia, con un alto en una singular casa de la calle Doctor Benítez, donde la generosidad de sus propietarios nos permite admirar, una vez más, un loable ejemplo de conservación de la arquitectura tradicional, que ha suplido con amor la ausencia de subvenciones públicas para construir uno de los más relevantes testimonios de la historia pasada de Añora.

Los visitantes admirando una de las cruces. Foto: Dani¿Cuántas fotografías se hicieron esa mañana dominical en las cruces de Añora? Algunos pretenderán, vanamente, enseñar su esencia a los familiares o amigos que no pudieron venir, pero pronto entenderán lo inútil del empeño. Para comprender en qué consiste esto de las cruces noriegas, hay que venir personalmente aquí, y dejarse herir por tanta belleza. Cantar las coplas tradicionales, a lo que se animaron algunos de los visitantes, y hacerse el firme propósito de volver el año próximo ya en la noche del sábado, cuando la oscuridad proporciona al espectáculo la dimensión mágica que con el calor del mediodía le faltaba.

No pudo ser el aperitivo en el paraje de San Martín, a causa de unas inoportunas obras que nos privaron del casi banquete chacinero que habíamos preparado. La sustitución por algo mucho más frugal nos decepcionó un poco a los organizadores, que hubiéramos querido dejar marchar a nuestros invitados con la saciedad proverbial que inauguró hace ya cien años el noriego Pablo Madrid con las seiscientas docenas de huevos que se gastaron en su boda. Otra vez será. Y que ustedes lo vean.



Álbum fotográfico de la visita (Dani)



Cita en Belalcázar
Pedroche bajo la lluvia

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