Calle Mayor
Cerro del Cuerno/48Cuando era niño imaginaba Pozoblanco como una gran montaña de caramelos, barquillos de canela y tebeos de Mortadelo y Filemón. La culpable era mi madre, que con periodicidad no más allá de semanal viajaba a aquel pueblo para comprar las más variadas mercaderías siempre necesarias en un hogar. Mi madre, como tantas otras madres noriegas, acudía a Pozoblanco andando o al arbitrio de cualquier automovilista que quisiera subirla en su vehículo, practicando auto-stop sin saberlo. Para calmar la impaciencia del infante solo en casa durante toda una interminable mañana, al regreso mi madre premiaba mi soledad con una bolsita de caramelos, o de barquillos, o con un tebeo de los de Mortadelo y el botones Sacarino, héroes impagables con los que aprendí a leer. Pocos años después, cuando fui lo suficientemente mayor como para acompañar a mi madre en esos viajes, la ilusión se rompió bruscamente cuando comprendí que la fabulosa montaña era tan sólo un verdoso quiosco en el bulevar cercano a la carretera.
Pozoblanco ha sido siempre, para los habitantes de los pueblos comarcanos, un gran bazar. Favorecido por la lejanía de la capital provincial, su gran desarrollo comercial atrofió el nuestro y resultaba necesario acudir allí para comprar cualquier cosa que se saliera de la más liviana normalidad. Los comercios nos resultaban modernos y diversificados. El trato de los dependientes rozaba la exigencia, como si los papeles estuvieran invertidos y fueran ellos los que nos hacían un favor al acceder a vendernos alguna cosa. La reina era la callejuela del Toro, summum de todo lo que uno imaginara que se podía comprar y sinécdoque del pueblo entero. Aquello era un Nueva York en miniatura: allí podías encontrarte con gentes de todos los pueblos de la comarca, que subían y bajaban por la calle en alegre conversación interrumpida por saludos a los convecinos, cargados con sus bolsos repletos de mercancías novedosas.
Hoy la calle Mayor está repleta de tiendas del siglo pasado, que continúan aferradas a unos modos caducos hace ya tiempo, que se resisten a contemplar la realidad y renovarse a su ritmo y que todavía censuran el triunfo de las grandes superficies sin acertar a comprender las causas. Acuciados por una crisis agravada por la mejora de las comunicaciones a Córdoba, a veces pareciera que sus comerciantes desearan que el tiempo no hubiera pasado, que todavía las madres acudieran andando a Pozoblanco a llenar sus bolsos de mimbre en la callejuela del Toro, y que al volver contentaran a sus niños con una bolsa de barquillos de canela comprados apresuradamente al pasar por el quiosco del bulevar.
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