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Cerro del Cuerno/64

Cualquiera que haya estado alguna vez en Fitur no podrá menos que interpretar la descarnada estampa de la agrupación musical de la Soledad de Pozoblanco tocando sus marchas procesionales de Semana Santa entre los pabellones de propaganda turística como un tremendo choque de mentalidades y sentimientos. Es, sin duda, el reflejo de los tiempos, donde todo alcanza el valor que le otorga su rentabilidad económica, pero a veces se esperaría de los responsables políticos e institucionales un mínimo decoro en la búsqueda incesante de aprovechamiento mercantil. No hay inconveniente en que se presenten en una feria comercial las futuras representaciones hinojoseñas de La Vaquera de la Finojosa como lo que son, sin más disimulo ni aditamento: un espectáculo teatral concebido sin más fin que atraer turismo al pueblo y que éste se beneficie de las rentas de los visitantes. Fin respetabilísimo para un evento que nace ya con un marchamo de impostura publicitaria, absolutamente desarraigado de cualquier tradición o espíritu popular local, y que se organiza al modo en que los cónsules romanos convocaban las peleas de gladiadores. En eso se diferenciaría, aunque bien es cierto que cada vez menos, del Auto de los Reyes Magos de El Viso, que todavía conserva algunos rasgos autóctonos definitorios de cierta identidad local en la que los vecinos se ratifican como viseños al anudar un nuevo eslabón de una cadena ya centenaria. Mantener cierta autenticidad en la tradición y arraigo a los sentimientos colectivos de un pueblo no es tarea fácil en estos tiempos, donde los ciclos que justificaban las celebraciones populares se han roto de la mano de una evolución de costumbres demasiado veloz y traumática como para haber permitido cualquier evolución lógica y coherente. Cuando hoy se “recuperan” la matanza y la candelaria se hace con unos presupuestos que en nada se reconocen deudores de lo que tales celebraciones significaban para quienes las vivían hace apenas treinta años. Nada de lo que se recupera es auténtico, ni puede serlo, al haberse transformado tan radicalmente las circunstancias ambientales que justificaban aquellos ritos. Hoy apreciamos en estas actividades lúdicas de reconstrucción de fiestas populares un loable intento por ofrecer al observador, propio y foráneo, un reflejo de lo que fue, aceptando todos implícitamente la impostura de la representación y dispuestos con generosidad a considerar reales las sombras de la caverna. Pero cuando la banda de la Soledad toca su saeta junto a los pabellones que publicitan la especulación inmobiliaria del levante español, todos acertamos a ver en ello el espejismo sucio de nuestra sociedad de hoy, tan ajena al silencio y a cualquier apariencia de verdad.

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