La luz que, en contra de lo esperado, no hallé ayer en la ciudad de Huelva, a la que el hecho de estar atrapada entre el Tinto y el Odiel parece significarle un estrangulamiento no sólo físico, la he encontrado sin embargo hoy en el Algarve portugués, que no puede sino enamorar. Desde la elegancia dieciochesca de la Vila Real de San Antonio hasta el cosmopolitismo mundano de Albufeira (saltando al paso el plato central de Faro, que reservo para manana -lo siento, el teclado portugués no contempla nuestra letra patria-). Entre ambas han quedado Tavira, con sus treinta y dos iglesias, y aldeas marineras imposibles de encontrar ya en los litorales espanoles, que son capaces de albergar en los muros de sus casas versos de belleza insuperable, de los que daré cuenta otro día con menos urgencia. Aún quedan algunas jornadas de escapada e intentaré entre tanto calmar el vicio con unos minutos de cibercafé, aunque no doy palabra. La meta final es el Cabo de San Vicente, el promontorio sagrado de los romanos, donde muere Europa y donde, al decir de los que saben, el sol hace hervir el agua del mar en cada anochecer. Daré testimonio de esta veracidad.
2 comentarios :
Nada, nada,don antonio, no se quede usted en el Algarve y continúe ascendiendo a ver si nos cuenta de alguna oscura taberna perdidita de fado.
Eso sí, si es usted el que conduce tenga extremado cuidado y lleve la cartera repleta por si las moscas se presentan en forma de agentes de tráfico lusitanos.
Yo por de pronto le doy buenas noticias desde esta plaza, y para celebrarlas, al igual que su viaje, me voy a poner algo de Amália Rodrigues o de Madredeus.
Que usted lo pase fetén.
Merece la pena llegar hasta el Cabo de San Vicente y subir a su faro, pero si subes al anochecer, prepéres eusted para el frio.
Buen viaje
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