Una historia de amor
Luis Delgado, delante del castillo de Belalcázar, en noviembre de 2004 (Foto: A. Merino).
Tras permanecer varios días en un coma provocado por un derrame cerebral, anoche falleció en su pueblo Luis Delgado, propietario del castillo de los Sotomayor de Belalcázar. Tan extraordinaria posesión nunca pudo haber sido una circunstancia accesoria en la vida de una persona, sino sustancial, y así lo fue en la trayectoria del señor Delgado. Dicen quienes lo trataron que su amor al castillo rondaba la obsesión, que conocía todas las heridas de la fortaleza, a las que intentaba, sin éxito, poner remedio (sin éxito, porque la principal herida era el tiempo, y esa no tiene cura). Yo sólo hablé con él en una ocasión, con motivo de la visita a Belalcázar de la Coordinadora de páginas web de Los Pedroches, y ya entonces, en breve conversación, me convencí de que don Luis iba a ser incapaz mientras viviera de desprenderse de su castillo, a pesar de que hablaba con cierta decepción del fallido intento de compra a mediados de 2000 por parte de un príncipe saudí. En un impagable recorrido guiado por los alrededores del monumento, su propietario nos contó entusiasmado cómo llegó la fortaleza a la propiedad de su familia en pago de una deuda decimonónica, los sitios de los franceses y de nuestra guerra civil, pequeñas anécdotas de investigadores que hubieron de entrar en su interior por minúsculos agujeros practicados ex profeso en sus desvencijados pero poderosos muros, la obligación de tapiar todos los accesos para protegerlo del vandalismo, secretos de heráldica señorial, el dolor infinito que le causaba cada piedra que se desplomaba, la nostalgia de un interior palaciego que quizás nunca más volviera a ver. En su amor había una batalla entre la razón y el corazón, la más difícil de librar, y nunca sabremos hasta dónde hubiera estado dispuesto a ceder para ver el castillo reconstruido ni cuánto de traición personal observaría en esa temida renuncia. El estado actual de la fortaleza es, en parte, culpa suya, culpa y pecado, pero también responsabilidad y deuda, obra personal que habrá de reponerse en su mérito: aun en su ruina, el castillo se conserva como una obra magna de sabiduría artística, que oculta aún secretos que quizás algún día conozcamos, pero que probablemente hubieran perecido para siempre en manos de propietarios menos enamorados. Y quién ha dicho que el amor sea justo, que sea razonable, que obre siempre del mejor modo. De hecho, no hay peor consejero. Pero, ¿quién podría reprocharle nada a las conductas ejemplares dirigidas por el amor?. Descanse en paz.
3 comentarios :
Una curiosidad, ¿Por que llama a D.Luis, Ángel?. De todos modos, particularmente, prefiero pensar que es gracias a su "culpa" que la fortaleza ha perdurado hasta ahora, a pesar de los evidentes deterioros.
Lamento el error. Ya está corregido.
Y ahora lo que toca es entrar en razon y poner en valor, el monumento mas representativo de los Pedroches.
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