Mi minuto de gloria
Grupo de extras en el rodaje de "El libro de las aguas", a los que se alude en el artículo siguiente. (Foto: Portal Villaduqueño)
Le pedí a Miguel Ángel Cabrera un relato de su experiencia como extra en la película El libro de las aguas. Me ha enviado este texto tan glamouroso y cañí que he decidio unilateralmente compartirlo con todos los lectores de Solienses.
ESCENA PRIMERA
Lo mejor del rodaje fue el buen rato que eché con mis coleguitas de "reparto". Todo lo demás es pura filfa. Esa es la palabra que mejor define esto del cine. Salí de mi casa a las 11 (ese día tengo un "buen horario") y regresé a las 9 y media de noche. Muerto de frío y muerto de hambre. Y con el mismo dinero que llevaba en el bolsillo.
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Creo que te conté que Rosa [García, la productora] empezó por sugerirme el oro y el moro de los papeles: de Venancio pasé a jefe de maquis, de jefe de maquis a Raposa, de Raposa a Eulalio, y en la taberna descubrí que el tal Eulalio no dice nada, ni sujeto breve ni predicado escueto; sólo hace. ¿Qué hice? Pues lo que me dijo el auxiliar del ayudante del otro ayudante de dirección del director. Esto: acodarme en la barra, el vaso de vino en la mano, y ejercer de parroquiano de taberna que observa como otros cuatro colegas (el 4º que falta es J.J. Valverde) echan una partida de cartas sin decir ni mú.
Nos colocan en nuestros sitios, dos de pie y cuatro sentados, y sin ensayo previo ni nada (la cosa era tan simplona que no merecía seguramente perder más tiempo con ello) "!motor... acción!". Unos 20 segundos duró la filmación, calculo. Ignoro si en el encuadre del plano el director de fotografía, Jaume P., me rebanó el cuello a la altura de la yugular y mi bello rostro no aparecerá pues en la gran pantalla o si sólo se me verán los deditos temblones que sostenían el chato de vino. Y esa fue mi prodigiosa experiencia ante el objetivo. Punto final.
Esto ocurrió a las 4 y pico de la tarde. Estábamos allí desde las 12. Antes de nosotros rodaron los artistas que vienen en letras grandes. Coliges que nosotros fuimos, pues, los últimos. Los últimos monos.
Y aquí empezó lo realmente divertido. !Aquí sí que pude yo haber rodado una buena película estilo Berlanga y guión de Azcona!
Aprovechando (otra buena palabra que define bien esto del cine) que estábamos ya vestidos, la productora tuvo a bien ofrecer a Alejandro que participáramos por la tarde (que la tarde estaba siendo ya, y bien tarde, además) en otro pedazo de escena en la ermita de San Bartolomé. Yo ofrecí mi coche para ir los 5 juntitos. !Vaya tropa! No te puedes imaginar el cuadro. Igual que aquellos que buscaban la vaquilla, iniciamos nuestra odisea particular en pos del bocadillo que se hallaba en paradero desconocido. Cogimos el coche hasta el bar Pachula o Pachanga, o yo qué sé, donde Alejandro situaba en su imaginario interior la ansiada pitanza. Llegamos los cinco magníficos, ataviados como visitantes sacados del fondo de los tiempos de la taberna del 39, a la solitaria taberna del 2008 donde el único cliente y patrón del local ve entrar a los cinco fantasmas mendigando un bocadillo mientras que él se despachaba un buen colmado plato y nos respondía que no podía prepararnos nada porque la cocina está en obras y que los bocadillos se los llevaron hace un par de horas a la otra taberna, aquella de dónde veníamos. "Si es que no tas enterao, Alejandro", sentencia Simón.
Veloz huida. Comienza la road movie. Al coche como balas o los bocadillos volátiles acabarán por evaporarse. Vuelta al 36.
Llegamos cuando están cargando camiones y desmontando el estalache. Aparco mal y baja Alejandro. Usando su influencia él podría mejor que yo intentar dar con los cinco soñados bocadillos entre la desbandada general de técnicos y el toque de retirada. Yo aguantaba, tenso, la respiración. Las manos firmes en el volante como si agarrara un salchichón, observando por el retrovisor las boinas y la cara contrita de mis ilustres y apretujados pasajeros del asiento trasero mientras veíamos despedazarse en gestos a Alejandro que reclamaba nuestros bocadillos a todo aquel con el que se tropezaba, al tiempo que señalaba a mi coche, la mano en alto y mostrando cinco abiertos dedos. Tras varias gestiones infructuosas vemos a Alejandro que, cansado de diplomacias y remilgos, va hacia un frigorífico que hay en plena calle y está previsiblemente a punto de ser cargado y transportado al rodaje de Hinojosa. Lo abre, introduce un brazo, luego otro. (Se masca la tensión dentro del coche). Saca tres botellitas de agua.
- Mala se está poniendo la cosa, concluye Simón o Venancio.
Son las cuatro y media de la tarde.
Pero nuestro héroe no se rinde. Sigue rebuscando. !Hay al lado una caja de cartón! La coge, la levanta, parece que pesa, la abre: está vacía. En ese preciso instante todos comprendimos que la caja de cartón fue hasta momentos antes sagrado albergue de nuestras ahora defraudadas esperanzas.
- ¿Y a qué hora acabaremos en Hinojosa? Porque yo tengo que estar de vuelta en la residencia antes de la cena, apostilla el tío Venancio.
Sólo faltaba eso: que encima de perder los bocadillos, el tío Venancio se perdiera también la cena tras la incierta aventura de tener que trasponer hasta Hinojosa, donde teníamos que ir necesariamente porque a qué otro sitio podríamos ir de esta guisa si nuestras ropas estaban secuestradas en el almacén de vestuario.
Estoicamente resignados, asumimos que habría que ir, con el ocioso estómago a buscar mejor fortuna en Hinojosa cuando, de pronto, nuestro magno Alejandro levanta un brazo cual estatua de libertad y nos muestra, con una leve y forzada sonrisa, tres manzanas, tres. Tal vez, cuatro.
- Pues nos vamos a tener que conformar con el postre, susurran a mis espaldas.
- Anda, id comiéndose estas manzanas, ofrece generoso Alejandro. Ya buscaremos por ahí algo. Vámonos pa Hinojosa.
Y en ese momento se hizo la luz. Nuestro ángel de la guarda hizo entrar en escena por el fondo de la calle a un chico alto, delgado y desgarbado, con una bolsa de plástico en la mano. En mis oídos sonaba la música de Rocky Balboa.
- !Alejandro, bramé yo, aquel de allí viene con lo que sea en la mano! Para mí que son nuestros bocadillos.
La primera embajada de Alejandro había dado sus frutos y en efecto cinco bocadillos como cinco soles corrían a nuestro encuentro. Con el botín en nuestro poder abandonamos la escena rumbo a Hinojosa.
Eran las cinco en punto de la tarde cuando, sentados sobre sendas piedras, los cinco magníficos conseguimos hincarle el diente al pan y al lomo que nos ayudó a soportar la tarde de frío y viento y de no hacer nada que se nos venía encima.
Fin de la escena.
Miguel Ángel y Simón, los radicales.
8 comentarios :
¡Qué bueno!...Hacía tiempo que no me reía tanto leyendo algo. Gracias por compartirlo.
Bueníiiiiiiisimo. Con menos de esto se han hecho buenas películas en España.
Semos la leche.
Esto será seguro mentira, quien se va a creer que la gente del cine, progresistas amigos del de la Zeja, van a tratar así a unos pobres extras.
Los dineros que nos roban los autores con el canon ¿ no da ni para bocadillos ?, esto seguro que es la influencia de Pepe Sancho y su papel de cacique, maltratando al proletario.
Y el de Pedroche pidiendo que se haga una película con esto .........., con la de historias que ellos nos podrían contar para partirnos el pecho de risa
Esto es poco, aún queda más Ángel, mucho más, y más fuerte. En cuanto a lo de Berlanga, esto es BERLANGA DEDES EL PRINCIPIO, DESDE EL PRIMER DÍA. Pero como va ha promocionar el VALLE DE LOS PEDROCHES, pues en fin ajo y agua.
Muy bueno. Esto sí que es una película, y no la que están haciendo. Hacía tiempo que no me reía tanto ni con tanta gana. Me imagino sobre todo a Miguel, Simón y Andrada en ese peregrinage a porlos bocadillos, y sus conversaciones durante horas, y me muero de risa. Por Dios Miguel Angel, haz el relato completo y publicalo. Merece la pena. Enhorabuena por compartir el episodio o secuencia (al titular dl blog).
A Iceman, dado que no entiendo bien tu comentario, intento aclarar.
No sé si me habrás entendido, pero me refiero a que se podría hacer una película con las vivencias de los extras, no con lo que se está haciendo.
E insisto en que sería mejor que la adaptación cómica del Lazarillo de Tormes.
Un artículo gracioso, fruto del despecho de un actor amateur al que ofrecieron el oro y el moro y se ha quedado en relleno de película.
Los buitres como siempre aprovechando anécdotas para sacar conclusiones de la película antes de estar ni tan siquiera terminada.
Y el que se ríe tanto, que dedique más tiempo a la ortografía o se vaya de “peregrinage” por diferentes bibliotecas de Los Pedroches.
Me ha gustado mucho la narración. A mí personalmente lo que me da envidia es haberme perdido una experiencia como la que cuenta Miguel Angel. Posiblemente no sea nada glamourosa la carrera de Alejandro tras lo bocadillos mientras los demás esperan en el coche, la fotografía con el anciano es impagable. Las fotos, los comentarios, la situación en general, el laureado escritor, el profesor con vocación de actor, el pensionista preocupado por la hora de cierre de la residencia,... buscando los bocadillos.¿Acaso hubierais preferido un suculento menú charlando con Jiménez Rico o Lolita por decir algún nombre? Creo que lo mejor que os ha podido pasar es eso justamente. ¿Lo otro no es lo mismo que Pulido con la claquetita? Miguel Angel y Alejandro creo que tuvistéis la suerte de encontrar la ternura donde sólo hay púrpurina o en el mejor de los casos, negocio.
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