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Una mañana en el rodaje


Rodaje de "El libro de las aguas" esta mañana en la sierra de Santa Eufemia.

- ¡Vamos a rodar, que la sangre está caliente!- grita Antonio Giménez-Rico, y todo el mundo guarda silencio inmeditamente. La sangre a la que se refiere es la que lleva Jorge Sanz sobre su camisa y que le acaba de ser untada por un ayudante. Jorge, convertido en Venancio, el jefe de los maquis, se acerca malherido al huerto donde conversan Álex González (Ángel) y Ramón Langa (D. Joaquín, el cura). Cae al suelo y los dos acuden en su auxilio.- ¡Corten! Toma válida, pero vamos a repetir por si acaso.

La secuencia dura apenas veinte segundos, pero entre repeticiones, ensayos y las esperas forzadas por las nubes que van y vienen, se nos va en ella casi una hora. Las maquilladoras repasan las caras y en cada nuevo intento hay que reponer la sangre, para que luzca brillante. En los descansos, Ramón se aparta para fumar y a su encuentro acuden Jorge y Álex perezosamente. Hace mucho calor. Hablan del tabaco, de follar, de pajas y de los días de rodaje que le quedan a cada uno, en fin, cosas de hombres. Álex se acerca a acariciar al burro que, con una disciplina muy profesional, permanece inmóvil atado a su estaca, en medio de un huerto cuyas hortalizas, recién plantadas esta mañana, languidecen ya bajo el fiero sol del mediodía.

Estamos a unos cinco kilómetros de Santa Eufemia, en la carretera de Almadén, en plena sierra y rodeados de un paisaje precioso. Hay muchos vehículos, muchos técnicos y ayudantes, cámaras y auxiliares, e incluso algunos intrusos que, como yo, se han acercado a curiosear. Cada uno atiende a su trabajo y ninguno de los ajenos despertamos recelo. Me acerco quizás con desmesura a tomar algunas fotos, pero nadie me reprende. Por indicaciones del director, hemos apagado los teléfonos y el único requisito que se exige es el silencio y no hacer ninguna clase de ruidos.

-¡Motor! ¡Acción!- Venancio camina de nuevo pesadamente, renqueante, apoyado en una rama a modo de bastón. Al llegar al huerto se cae desmayado y los otros dos corren hacia él. -¡Corten!. Muy bien, Jorge, has caído muy bien.

- Sí, es que yo suelo caer muy bien- bromea el otro.

Mientras ruedan son Ángel, Joaquín y Venancio, pero en cuanto el director da por finalizada la toma, los tres vuelven a su ser, en rápida transición. Álex, aparentemente tímido, habla por teléfono y me mira con curiosidad ante mi insistencia en tomarle fotos ("¿Quién será éste?", imagino que se preguntará). Ramón, ensotanado de pies a cabeza, pide fuego para su cigarrillo mientras se desabrocha el alzacuellos y se queja de lo poco aprovechado que lo tienen en esta película. Jorge le cuenta a un técnico cierta aventura en el tren uno de estos días.

- ¡Vamos a cambiar de secuencia!- grita el director.

Ramón refunfuña teatralmente: "Que voy a perder la concentración".

Como la cosa se alarga, decido marcharme, para no molestar más. He dejado el coche a unos cien metros de donde se rueda, al lado de la carretera. Cuando ya estoy subido, se me acerca un hombre con el trapío inequívoco de la tierra.

-¿Cómo va la operación?- me pregunta, creyéndome uno de ellos. El hombre, que se llama Andrés y tiene ganas de conversación, resulta ser el dueño del burro.

-Lo compré hace tres o cuatro días, por quinientos euros. Antes les dejé una burra, que está preñada, pero era muy arisca y revoltosa. Mire, el otro día me dio un golpe aquí con la cabeza- aclara mientras se señala un ojo morado. -Me la han querido comprar, pero no la vendo por menos de mil cuatrocientos euros.

Hablamos unos minutos más y me despido. Frente a la representación del rodaje, Andrés me parece un tipo auténtico, aunque pareciera salido de la época que retrata la película. En estas montañas de Los Pedroches se encierran todavía mundos que creemos desaparecidos, pero que conviven armoniosamente con nuestra realidad virtual. El burro (¿o era también burra?) le costó a Andrés quinientos euros, lo mismo que un portátil de 250 Gigas.



Giménez-Rico da instrucciones a Ramón Langa y Álex González.


Jorge Sanz llega herido.


Álex González en la huerta con el burro.


Giménez-Rico da instrucciones a Ramón, Álex (de rodillas) y Jorge (tendido en el suelo).

5 comentarios :

Anónimo | jueves, junio 12, 2008 12:13:00 a. m.

¡¡Qué marujón estás hecho Antonio!!

Anónimo | jueves, junio 12, 2008 9:02:00 a. m.

Pues en cuestión de rentabilidad, donde se ponga la burra....

Anónimo | jueves, junio 12, 2008 9:23:00 a. m.

Pues no os riais que en Turquía con la subida del combustible lo que se ha duplicado es la venta de burros para las labores agrículas.

Anónimo | jueves, junio 12, 2008 12:43:00 p. m.

A mi burra, a mi burra, le duele la cabeza y el médico le manda...¡Qué ganas tengo de ver la película! ¿Cuándo está lista?

Anónimo | jueves, junio 12, 2008 1:13:00 p. m.

Hay que tener en cuenta que una burra artista (que no una artista burra) se cotiza mucho más que otra pelá y mondá. Por eso el arriero este la vende tan cara.Y si además ahora nos va a llevar al trabajo, al hipermercado o a arar las patatas ¡pos lo que es un chollo!

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