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Ana Crespo, que fue alcaldesa de Conquista en el periodo 1999-2003. [Foto: Adroches].

Ayer se celebró el Día Internacional de las Mujeres Rurales y con tal motivo el Grupo de Desarrollo Rural de Los Pedroches Adroches celebró un acto de homenaje a tres mujeres de la comarca que han destacado en distintos ámbitos: María de Guía del Pozo Moreno, ganadera de Villanueva del Duque, María Dolores Expósito Calero, empresaria de Villanueva de Córdoba, y Ana Crespo Sánchez, ex-alcaldesa de Conquista. Todas ellas protagonizan vidas de abnegación y esfuerzo por conseguir sus metas propias en campos tradicionalmente masculinos (la ganadería, la empresa, la política), pero me ha llamado especialmente la atención la historia de Ana Crespo. Reconozco que, a pesar de su faceta pública, no había oído hablar anteriormente de esta mujer, que fue alcaldesa de Conquista entre 1999 y 2003 (la primera mujer alcaldesa de Conquista, pero no la primera de Los Pedroches, pues Catalina Barragán ya lo fue en Cardeña en 1991), pero al leer su perfil biográfico me sorprende este párrafo:

Durante su trayectoria como alcaldesa se encontró con un problema de rechazo ante la propuesta de recogida de basuras por parte de la empresa provincial, lo que suponía un ahorro y un mejor servicio, algo que no fue bien entendido por sus conciudadanos y que le costó la alcaldía. Ana recuerda ese suceso como uno de los más difíciles de su carrera política, puesto que en un pueblo tan pequeño el rechazo ante una decisión de la alcaldesa se trasladó a su vida personal. Los vecinos de Conquista organizaron una manifestación en contra de aquella decisión, le tiraron la basura en la puerta de su casa, quemaron la basura en la plaza del pueblo, incluso se opusieron a que su hijo hiciera la comunión con el resto de compañeros. Aquello fue uno de los tragos más difíciles, según recuerda Ana, porque como alcaldesa reconoce y perdona la oposición a una decisión tomada por ella, pero no comprende el daño gratuito hecho contra su familia. Echó marcha atrás en su decisión de recogida de basura por parte de la empresa provincial cuando vio que muchas familias estaban enfrentadas respecto a aquella decisión. Un año después se celebraron elecciones y Ana perdió la alcaldía. Una legislatura en la que gobernó el Partido Popular y actuó como concejala en la oposición, y en la siguiente, de nuevo, entró su partido quien sin problemas pudo instaurar la recogida de basura tal y como Ana la había planteado en su momento.

He buscado sin éxito más datos sobre este episodio, que bien podría inspirar una novela de tremendismo rural, y tan sólo he encontrado una mínima reseña de una manifestación en el diario El País, lo cual no extraña, refiriéndose a un pueblo de apenas 500 habitantes. Sin embargo, precisamente por tratarse de una localidad pequeña, donde los asuntos públicos enseguida se personalizan y se transforman en privados, es fácil comprender el calvario que debió vivir Ana Crespo por la simple culpa de haber querido implantar en su pueblo una medida de bienestar social que sus vecinos no alcanzaron a comprender entonces. Desconozco si la violenta respuesta a los propósitos de la alcaldesa fue promovida o guiada por algún grupo político de la localidad, pero la desproporción irracional entre la medida propuesta y la reacción popular nos recuerda la que hoy mismo se vive en otros pueblos de la comarca y ello nos confirma que el progreso se ha conseguido siempre a fuerza de luchar contra el conformismo y el inmovilismo de quienes, asentados en unos modos de vida caducos, se sienten cómodos en ellos y desprecian cualquier innovación que les saque de su rutina y su propia conveniencia, aunque al fin su aplicación suponga una mejora colectiva.

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