Atardecer en La Colada

Atardecer en La Colada

Ayer visité por primera vez la playa de La Colada en El Viso. Me habían hablado de sus hermosos atardeceres y quise comprobarlo en primera persona. La experiencia no decepciona.

El lugar muestra su encanto a esa hora de la tarde. Todavía hay grupos de personas bajo las sombrillas y acuden ya los últimos que decidieron entregarse al remo de las canoas. La lámina del agua, desde lejos, refresca la vista y conforma un paisaje singular en Los Pedroches. Se ha acotado una zona con césped artificial y el engaño verde perdura mientras estás allí, pero si sales del vallado enseguida te abofetea inmisericorde el secarral de nuestros campos en agosto, qué le vamos a hacer.



Hay mesas de madera, como de merendero, para tomar un pequeño refrigerio. El sol inicia su carrera hacia ese espectáculo maravilloso de la puesta de sol. Uno asiste a él como si de una proyección cinematográfica se tratara: la pantalla es el cielo. Los colores anaranjados, en sus mil tonalidades, se apresuran a mostrarse antes de que la luz solar desaparezca del todo. Unos niños pequeños que corretean por allí se detienen a mirar tan hermoso proceder de la naturaleza. Es diario y, aún así, nos admira cada vez que sucede.

El agua de La Colada refleja los últimos rayos. El sol ya ha desaparecido por el horizonte. Aún hay resplandores durante un buen rato y luego, casi sin que te des cuenta, te envuelve la oscuridad y comienza entonces otra prodigiosa exhibición. Se llama noche. Y allí, en mitad de la dehesa, goza del privilegio de un cielo claro lleno de estrellas, constelaciones y planetas, visibles con una limpieza que reconforta. La Luna se esfuerza también por estar presente. A lo lejos suenan algunos grillos y en la oscuridad de las encinas y en la profundidad del embalse la vida continúa su curso.

Si paseas junto al agua, la playa de La Colada ofrece una cara B, que duele. Pero no quiero ser yo quien la cuente.

O, al menos, no hoy.