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Una tarea siempre pendiente

Marca del deslinde entre Añora y Dos Torres sobre la pieza del portillo de un cercado [Fotos: Solienses].

Hoy he terminado la fase "exploratoria", digámoslo así, de mi pequeña investigación sobre los hitos terminales que marcan la delimitación de los términos municipales entre Añora y Dos Torres. Finalmente he conseguido localizar tan solo ocho de la treintena que pudieron llegar a existir cuando fueron colocados en 1910. Es lógico que muchos hayan desaparecido por el soporte movible en el que se encontraban (en ocasiones, simples piedras colocadas en las propias paredes de los cercados, que en cualquier arreglo han podido ser cambiadas de sitio o incluso meramente de posición, ocultando así la señal) y otros pueden permanecer escondidos todavía entre la maleza que este invierno cubre las lindes de los caminos. Aún así, creo haber recopilado material suficiente para un bonito artículo que publicaré más adelante, una vez incorporada también la parte documental. Y, de todas formas, ya puedo adelantar que esta búsqueda me ha proporcionado una satisfacción y recompensa personal como pocas veces se reciben en este tipo de estudios.

Porque esta investigación, a diferencia de las que se basan exclusivamente en la consulta de material archivístico y bibliográfico, me ha obligado a recorrer minuciosamente parajes que uno creía conocidos y que, sin embargo, han resultado estar llenos de atractivos ocultos y de realidades ignoradas. He descubierto seis caminos abandonados (como el "Camino de la Viña de Parejo" o el "Camino Guijarroso", de los que hablé en anteriores entradas), algunas denominaciones que ya se han perdido ("Camino del Majuelo del Negro" o "Callejón de las huertas de la capellanía", tan seductoras que invitan a nuevas investigaciones para descubrir su origen), lugares de los que desconocía su existencia (como el "Pozo de la Torre") e incluso equivocaciones toponímicas en investigaciones recientes (por ejemplo, resulta que el famoso yacimiento arqueológico visigodo de La Losilla no se encuentra realmente en el paraje de La Losilla, colindante al sur, sino en El Torriquillo o Torrequillo). 

Aunque quizás el aspecto que más me ha llamado la atención en mis recorridos campestres de las últimas semanas ha sido la abundancia de arroyos a los que generalmente no prestamos atención en esta tierra nuestra tan seca y que este mes de enero se están manifestando, sin embargo, en todo su esplendor. No estoy hablando de los ríos de más o menos caudal que nos circundan (Guadarramilla, Guadamatilla, Cuzna...), sino de arroyuelos generalmente menospreciados pero que están ahí por algo, que han tenido una mayor significación en la historia económica y administrativa de nuestros antepasados y que, a poco que la naturaleza se muestre generosa, vuelven a recuperar aquella pequeña fuerza nativa en sus cauces tan abandonados. Orgulloso se muestra, desde luego, el arroyo Milano, que marca en un buen tramo la línea divisoria entre los dos pueblos, que da nombre al antiguo Torremilano, pero que nace en las proximidades del actual polígono industrial de Añora. Y sus afluentes, el arroyo Batanero, el arroyo Pozo de la Torre, el arroyo Palomares. Y luego, directamente al Guadarramilla, el arroyo Chorrillo o el arroyo de las Almagrera, por citar solo algunos. Topónimos preciosos que están desapareciendo del conocimiento general y ya solo aparecen, si acaso, en los mapas topográficos o en los inventarios oficiales. Como Eduard Limónov, en este invierno frío he metido los pies en las aguas de todos ellos, no siempre voluntariamente.

Camino Bajo de Añora a Dos Torres, inundado por el arroyo Batanero, con Añora al fondo.

Investigar el propio territorio es siempre un acto de amor. Uno hace esto respondiendo a una llamada, no se sabe de quién, de la tierra, de los ancestros, de sí mismo. Lo hace porque sí, porque quiere, por propia satisfacción personal. Le gustaría transmitir también este conocimiento a los que vendrán y hubiera deseado hacerlo en mayor cuantía si las circunstancias hubieran sido otras, porque siento que hay conocimientos que se van a perder, que se han perdido ya, y necesitan que alguien los mantenga, los retenga por escrito, los atrape para que no desaparezcan del todo, para que si algún día llega otro con esta necesidad de amor tenga un pecio al que agarrarse y reconstruirlo todo a partir de él. Sé que mientras tenga alguna fuerza y el más mínimo estímulo no voy a poder dejar de hacerlo, de investigar sobre mi tierra, de aprender, porque algo demasiado poderoso me impulsa a ello a pesar de algún desdén, siendo con todo yo mismo el más beneficiado en el proceso. Antes era más exigente (incluso intransigente) en la valoración, pero ahora leo los libros de algunos paisanos que nos precedieron (Ocaña, Moreno Valero, Márquez Triguero, Juan Palomo), que escribieron sus obras no desde el rigor y la frialdad académica, sino desde el amor a su pueblo, con su carga emocionante de error y sentimiento, y comprendo su necesidad de legar al futuro esos conocimientos, a pesar de las imperfecciones de aficionado autodidacta, y pienso que ellos cumplieron aquella tarea de aprendizaje y traslado, siempre insuficiente, y yo aún no. Son semillas lanzadas a la incertidumbre del porvenir que alguien quizás recoja amorosamente en el futuro y las valore adecuadamente. Mientras tanto, esta mañana he recorrido el "Camino bajo de Añora a Dos Torres", hundido a tramos en el Batanero, que lleva agua corriente, o lo que sea, y he sentido la fuerza antigua de muchos noriegos que durante centurias pasaron por ahí, una senda hoy abandonada, entregada a la naturaleza salvaje, pero que conserva su humilde autenticidad desde el desamparo y el olvido de los tiempos, y me he sentido reconfortado.

1 comentarios :

Anónimo | jueves, enero 30, 2025 10:06:00 p. m.

Magistral el último párrafo.
Le animo a seguir con su labor de investigación y divulgación.

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