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El farero

Cerro del Cuerno/49

Portada de El farero de Juan Bosco Castilla¿Qué ocurriría si alguien encontrara un método de razonamiento que lograra la unanimidad absoluta ante cualquier problema que se planteara? ¿Su aplicación produciría felicidad, al prevalecer siempre la verdad pura, o, por el contrario, la ausencia de alternativas, en las que encuentra su justificación ética la razón, llevaría a un control de las voluntades por parte de quien lo dominara? Este dilema fluye en las páginas de El farero, la última novela de nuestro paisano Juan Bosco Castilla, que acaba de ser galardonada con el premio Almuzara y publicada en esa editorial. La obra reúne todos los elementos del best-seller moderno, y no nos extrañaría verla cualquier día en la lista de libros más vendidos: hay un libro oculto que unos personajes desarraigados se afanan en encontrar con la ayuda de unos enigmas a su vez también escondidos; hay un asesinato misterioso, con elementos de ritual agrario en el que los cerdos juegan un papel relevante; hay un inquietante enemigo invisible que acecha, al modo en que desde la sombra vigila el peligro en los sueños; hay enredos amorosos que son tablas de salvación y, sobre todo, hay una intriga magistralmente conducida que te obliga a no soltar el libro una vez que desde la primera página has caído en su red. Y es luego, cuando el acertijo se ha resuelto y ya sabemos quién y cómo, es entonces cuando uno se detiene en los pormenores. Por ejemplo, el pormenor de la soledad. La soledad de los personajes, del que viene huyendo y del que ya había encontrado aquí su refugio, de los que viven su aislamiento en compañía. Pero sobre todo, la soledad del pueblo, ese Yermo tan reconocible a pesar de que el autor no haya trazado más que cuatro retazos broncos. Allí, aquí, en la periferia de la periferia, las calles siempre están semidesiertas, con la gente escondida tras gruesas paredes que ocultan los hilos de unos hechos que creen intuir, mientras su vida se desvanece entre el miedo a peligros presentidos y la cobardía de su incapacidad para hacer frente a la realidad de las cosas. Todos los protagonistas están solos en su lucha por encontrar algún sentido y, mientras la liturgia del embrollo sobrevuela sobre el modo en que pueden anudarse los razonamientos para conseguir el bien común y sobre el peligro de la unanimidad absoluta, la intriga se desmenuza en el cieno maloliente de una pocilga en las afueras, donde un hombre magullado metido en un saco se lamenta de que tantas ilusiones y tanto sufrir acaben finalmente siempre con el absurdo de la muerte, ante la que ninguna razón cabe, y sin nadie, sin el cariño de nadie.

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