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Almadén

Durante mucho tiempo creí que Almadén pertenecía a la provincia de Córdoba. Por entonces ni siquiera sabía yo de antiguas divisiones administrativas del reino de Córdoba, sino que mi convencimiento vendría, pienso, de que en el autobús que tomábamos para ir a la capital ponía el rótulo de "Almadén-Córdoba", con puntales que yo identifiqué con los hitos terminales de la provincia: Almadén sería el primer pueblo y... ¿qué había más allá de la ciudad de Córdoba?. Luego Almadén se convirtió en un sitio de paso para ir a otros lugares, incluso en lugar de encuentro de alguna cita furtiva, y la población me pareció siempre destartalada y decrépita, ruinosa de un pasado esplendoroso que llegamos tarde a conocer.

Hoy en El País viene un conmovedor artículo sobre el pasado y el futuro de Almadén, pero sobre todo sobre su presente. Al analizar la situación de abandono en que se encuentra la localidad tras el cierre definitivo de las minas, el testimonio más certero me parece el de una señora de 85 años, denunciando ese carácter tan nuestro:
Los pusieron a todos a trabajar en la mina por una miseria, porque nunca quisieron poner aquí otra cosa, para tener a los mineros bien explotaditos... Y luego se cerró la mina, sin que tampoco hubieran puesto otra cosa. Pagaron jubilaciones y prejubilaciones, pero nadie defendió el puesto de trabajo de los hijos y de los nietos. Nos bajaron los pantalones y nos azotaron, y nos callamos.

El director de la Escuela Politécnica apela a la justicia histórica debida:
De la mina de Almadén ha salido un tercio del mercurio utilizado en el mundo a lo largo de la historia. Y esto ha significado billones de euros para el Estado español desde el siglo XVI. Y ahora que Almadén se debate entre remontar o hundirse definitivamente, el Estado nos debería devolver, en forma de infraestructuras, parte de la riqueza que sacó de aquí.

Pero España está llena de deudas históricas por pagar sin que se sepa muy bien quién es el deudor. Mientras se mira al turismo rural como solución paliativa, rescatando del escombro unas infraestructuras industriales que ofrecerán sin duda un gran atractivo por lo inusual de la propuesta, se siguen dando palos de ciego: mientras las viviendas del casco urbano se hunden y sus propietarios no logran vender por 48.000 euros un piso de 110 metros cuadrados, el alcalde propone como una de sus medidas para paliar la crisis la construcción de viviendas de protección oficial.

España está llena de ciudades mineras venidas a menos, que sobreviven a duras penas ancladas en la memoria de tiempos mejores. Habiendo dejado la sangre de sus hombres en las galerías subterráneas, los habitantes de estos pueblos se sienten incapaces de sacar a flote tal decadencia, que siempre será vista con los ojos de lo que fue y ya no puede volver a ser. Este derrotismo y darse por vencidos es lo que completa, no sólo la historia entera del pueblo y del siglo pasado, como asegura el periodista, sino también la de hoy y los años venideros, encerrada en estas palabras de una vecina de Almadén:
Mi padre era minero y murió silicoso; mi tío también era minero y murió abajo, aplastado en un derrumbe. Mi marido era minero y está en casa, jubilado, enfermo de los pulmones. Mis dos hijos emigraron, porque cerraron la mina, uno a Madrid y otro a Castellón. Y yo pido que alguien se acuerde de nosotros, porque ya lo hemos dado todo.

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