La nueva vaquera y los nuevos tiempos, que parecen viejos
La vaquera de la Finojosa y el Marqués de Santillana, durante la representación de anoche.
Cuando en todas las informaciones promocionales de la VI edición de La vaquera de la Finojosa se destacaba la renovación de su argumento como una de las principales novedades de la representación de este año, no podía imaginarme que lo fuera tanto. Pues, en realidad, no se trata de que haya cambios en la puesta en escena o nuevos detalles argumentales: La Vaquera que vimos ayer en la Plaza de la Catedral de Hinojosa del Duque es una obra completamente distinta de la representada, al menos, en sus dos anteriores ediciones (2006 y 2010). Sí, allí están los bailes populares, los trajes suntuosos y multicolores de Tamaral y la seductora música ambiental de Miguel Cerro, pero todo lo demás es nuevo, radicalmente nuevo, aunque parezca lo mismo. Y no solo porque en las ediciones anteriores la vaquera rechazara desdeñosamente al marqués, sin que supiéramos por qué, y en esta aparezca rendidamente enamorada a sus pies, contradiciendo la serranilla en la que se inspira.
Se ha hecho hincapié en que la versión de este año, aunque con algunas interpolaciones de Antonio Javier Cortés Jurado, se basaba en la obra de Luis de Eguílaz, abandonando, salvo en una escena, el texto de Francisco Benítez que sustentaba las anteriores ediciones y que nos parecía, sinceramente, carente de cualquier interés dramático. La obra de Eguílaz, en cambio, es un drama histórico de raíz calderoniana, tradicionalista y adoctrinador hasta tal punto que cuesta imaginar las razones que han llevado a recuperarlo como seña de identidad de un pueblo del siglo XXI, salvo que haya una voluntad ideológica de recuperar también ese mensaje moralizador que transmite. Pues, entre la trama de conflictos territoriales, lucha de legitimidades y enfrentamientos estamentales, el tema central de la representación deviene en que el honor del padre de la vaquera, como el del alcalde de Zalamea, depende de la honra de la hija y que la pérdida de virginidad de la doncella -que ni siquiera es real, sino producto de una calumnia- condiciona la legitimidad de un representante público, todo lo cual nos impacta más que la ucronía que representa la anagnórisis final del personaje de Alonso.
Por lo demás, como ya hemos advertido en otras ediciones, el trabajo actoral es inmenso, tratándose de voluntariosos aficionados, y la dirección prodigiosa. Una vez más, admira que decenas de figurantes se muevan con tanta soltura por un espacio escénico tan poco teatral, por sus dimensiones, y que el ritmo de la obra, a pesar de su larga duración (¡dos horas y media sin pausa!), no decaiga en ningún momento, favorecido por la alternancia de escenas cómicas, líricas y dramáticas. En el aspecto interpretativo, debe destacarse sin duda el trabajo colosal de Mª Carmen Fernández Nogales dando vida a la simpar Doña Aldonza, que consigue robar todo el protagonismo a una Vaquera (Patricia Muñoz Murillo) con un papel muy mermado y excesivamente inclinado al dramatismo.
El conjunto resulta, sin duda, un espectáculo deslumbrante, con una puesta en escena que se beneficia del escenario natural que representa la parroquia de San Juan Bautista y una acertada disposición de escenarios para las diversas acciones (aun haciéndose notar el anacronismo que supone la presencia del escudo de los Sotomayor y Zúñiga en la fuente, que reproduce la del Pilar de Los Llanos). El público acudió predispuesto a una convocatoria que tiene ya también mucho de reafirmación identitaria, al participar en ella 250 vecinos de la localidad. La nueva trama resultará, sin duda, más atractiva para el público ajeno que asista a la representación como a una muestra de teatro clásico sin más implicaciones, aunque quizás los más iniciados no dejen de sentir cierta nostalgia por la fina gracia de la vaquera desdeñando los requerimientos del marqués, en una actitud emancipadora no exenta de voluntad subversiva: "que ya bien entiendo / lo que demandades;/ non es deseosa/ de amar, nin lo espera,/ aquesa vaquera/ de la Finojosa". Pero, a lo que parece, ahora el signo de los tiempos es otro.
La fuente pública se convierte en uno de los puntos principales del escenario.
La fachada de la Catedral de la Sierra presta solemnidad a la representación.
Destaca el colorido de los trajes de Tamaral para las mozas.
Doña Aldonza se retira digna del escenario en su carruaje.
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