Sobre los daños innecesarios
"Esto no es una pipa". René Magritte.
Uno de los grandes males de nuestra sociedad, individual y colectivamente, es su incapacidad para el pensamiento abstracto. La incapacidad, por ejemplo, para distinguir entre la realidad y la representación de la realidad. Para distinguir entre un títere y un terrorista. Así, cuando yo digo que echo en falta "a la monja aguardentosa con su botella de anís y su revista porno", algunos piensan realmente en una monja de carne y hueso y no en la representación simbólica de la subversión de poderes y valores que significa el carnaval, como si ni Magritte ni Foucault (ni Platón, esa antigualla) hubieran pasado por la cultura occidental. A ello se une el analfabetismo digital presente todavía en muchas personas que, aunque quizás presumen de su dominio sobre las nuevas tecnologías, son, sin embargo, incapaces de enfrentarse con solvencia a una lectura del hipertexto, una compleja estructura de enlaces en diversos niveles de contextualización que exige en el lector un grado de competencia ausente en el habitual receptor pasivo. Vamos, que algunos internautas desconocen todavía que tras las palabras coloreadas de este blog hay un enlace que conduce a otro universo de informaciones sin las cuales resulta imposible comprender las del primer nivel. Y en esas andamos.
Y luego está "esa cacofonía crispada, desconsiderada y hasta cruel que con frecuencia acapara la conversación en las redes sociales y que amenaza con desnaturalizar ese extraordinario espacio de comunicación que son". En este ejercicio de discusión continua en el que muchos han convertido internet ha acabado alcanzado su más alta representación la dialéctica erística enunciada modernamente por Schopenhauer, aquella que no busca la verdad como objetivo final, sino que tan solo persigue tener razón del modo que sea. A los practicantes de este arte de discutir tan cercano a la charlatanería se les denomina en la jerga de internet trols, siendo los más peligrosos aquellos que ignoran que lo son y se consideran a sí mismos guiados por nobles intenciones. En tales casos, es mejor apartarse de su camino, para no resultar dañado.
1 comentarios :
Mucha tarea la que nos mandas, Antonio, a estos pobres pedrocheños. Pero es una época adecuada, la Cuaresma, que es tiempo de reflexión e incluso de cilicio. Es cierto que tenemos nuestro cerebro a medio desarrollar, como una calabaza que no quiere crecer y además cree que ya creció lo suficiente. Nuestra comarca es tierra de realidades, de retos continuos nacidos en las dificultades: de ahí nuestra mísera elucubración abstracta a la que no llegamos porque nuestra visión del mundo choca frontalmente con una vaca que va a parir o una piara de cerdos que se nos va al garete por la peste porcina. Imaginemos una república diferente: alto nivel de tecnología, industria que no dependa de los cambios del tiempo, turismo creciente que nos permita vivir de los servicios. Resultado: tiempo de sobra para la reflexión, descubrimiento que detrás de una monja real, gordezuela y descarada, hay un cuadro o representación de una realidad, ya instaurada en nuestro subconsciente, donde observamos que falta un elemento, quizá definitivo por su carácter transgresor. A pesar de eso siempre han surgido en Los Pedroches personas que se ensimisman, que ven otra realidad diferente al barbecho, pastores poetas, pensadores poetas, directores de blogs que son también poetas, que no basan su opinión en la charlatanería sino en ese poso creativo que les va dejando el ir mirando cada vez más detrás, cada vez más detrás de las cosas y de las aceitunas. En fin que me ha gustado mucho el vídeo del entierro de la sardina de Pozoblanco, cuadro esperanzador donde podría cristalizar otra vez el carnaval del descaro y de la elegante chabacanería, todo ello aderezado con la música de charanga esencial en esta representación. Pero, ¿a quién se le ha ocurrido fabricar una sardina de plástico, muy brillante, sí, muy luminosa, pero que no ardía. Y además, qué de gases tóxicos en el ambiente respirados por mayores y niños. Si fuésemos capaz un entierro de la sardina multitudinario, de los 17 pueblos, con entrada en el Palacio de Congresos, estos pactos cerriles que tanto se resisten, con la algarabía de la fiesta, casi sin darse cuenta, se cerrarían. ¡A pensar, pedrocheños, que se nos va a quedar el cerebro como el de una pasa! Eso sí, de Pedro Jiménez.
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