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Las ermitas de la sierra

Huir a la sierra constituye siempre un reencuentro. Si pretendes escapar del ruido, allí está garantizado encontrar la soledad y, en medio del abandono, hallar otro modo de relación con la naturaleza, otra forma de amanecer. En la sierra, donde uno siempre se intuye extranjero, comienza a descubrirse sin embargo el espacio para sentirse cómodo y suavemente acogido desde la distancia del que se cruza en otro vehículo y te mira como con sospecha, nuestro universo y paraíso quizás en peligro, acaso pensará. Hay unos montes que imponen desde su grandiosidad, no obstante domada, y al perderte por caminos desconocidos puedes sentir la inquietud interior de la aventura cargada de expectativas, que pudieran cumplirse, tal vez no. La pendiente de los olivos, el recodo de la umbría, el arroyo cargado de sonidos en este invierno que simula primavera. Hay unos olivareros sentados en la loma, descansando antes de volver al tajo. Se adivina a lo lejos del recorrido, necesariamente lento, demorado en sus obligadas curvas, como el vivir, una esperanza de respuesta al misterio. Tras el portón de madera se abre lo que pudiera ser una promesa de futuro y me resulta familiar, como si ya hubiera estado allí antes y algo me estuviera esperando.


Ermita de Los Blancos


La sierra es el resultado de una batalla épica del hombre de Los Pedroches contra la naturaleza. Durante toda la segunda mitad del siglo XIX se llevaron a cabo en la zona más meridional de la comarca, fundamentalmente en los términos de Villanueva de Córdoba, Pozoblanco y Alcaracejos, unos esforzados trabajos de “desmontado”, consistentes en limpiar de monte las antiguas dehesas comunales que habían cambiado de mano a consecuencia de la desamortización. Esta labor fue encomendada por sus nuevos propietarios a familias de jornaleros a cambio de la cesión de su explotación por un periodo de cinco años. Tras estas tareas de limpieza, en esos terrenos se plantó masivamente el olivar, un cultivo que atenuó la tradicional insuficiencia de aceite de la zona y creó nuevas ocupaciones temporales para los jornaleros en las tareas de recolección de aceituna y mantenimiento de los árboles y el terreno. Esta nueva actividad económica propició a su vez el nacimiento y desarrollo de una nueva arquitectura vinculada a ella: cortijos, molinas y ermitas fueron apareciendo en la sierra para atender las necesidades de propietarios y jornaleros.

Vista de la sierra.

Las ermitas, capillas y oratorios de la sierra, generalmente asociadas a un cortijo, satisfacían las necesidades espirituales de propietarios y trabajadores, que acudían allí para cumplir los ritos religiosos en las fiestas de guardar, convirtiéndose al mismo tiempo en centros de socialización entre los trabajadores de las distintas cortijadas, que se mantenían aislados durante el resto del tiempo. Obviamente, también atesoraban una marcada función representativa y de prestigio, especialmente en los conjuntos de edificaciones más complejos. Casi todos ellos cayeron en desuso cuando la mecanización de los procesos de recolección y la mejora de las comunicaciones hizo que la permanencia de las cuadrillas de aceituneros en los cortijos durante largas temporadas no fuera ya necesaria.

El siempre recordado Manuel Moreno Valero, que conoció la zona en su labor como sacerdote, llega a contabilizar hasta catorce oratorios en el olivar de la sierra, de los cuales apenas se mantienen en pie unos pocos, la mayoría en estado ruinoso. Destaca por su conservación la ermita de La Canaleja, gracias a que se mantiene en uso el cortijo al que pertenece. No he conseguido aún la forma de acceder a ella, pero no pierdo la esperanza. Esta vez quería visitar otras dos ermitas serranas de las que tenía noticia pero que no conocía lo suficiente. Una de ellas ni siquiera sabía dónde estaba, lo que añadía al intento la incertidumbre del desenlace. Cogí desde Pozoblanco la siempre mitológica carretera de Villaharta y dejé mi destino en manos del azar.

Fachada de la ermita de Los Blancos, inaccesible.

Tras pasar la Loma de Buenavista y el puerto de La Chimorra y venciendo el serpenteo febril de una senda siempre llena de recuerdos, busco la pista de Los Chivatiles, donde se encuentra la ermita más conocida de la zona. Se trata de la situada en Los Blancos, cortijada fechada en 1859 que recibe el nombre de sus antiguos propietarios, la familia Blanco de Dos Torres, aunque se encuentra en término de Pozoblanco. Está plantada frente a la pista, a pocos metros del camino, como dispuesta sin demora a recibir al que llega buscando, en otros tiempos, consuelo y hoy por curiosidad. La ermita es de planta rectangular, con pequeña sacristía en un lateral y sencilla fachada en el frontal rematada por espadaña con un hueco que en tiempos de mayor gloria acogió una campana. La portada semeja la de una vivienda serrana, con dintel y jambas de granito. Sobre ella, una cornisa y una hornacina que cobijaría quizás en su día alguna imagen, quién sabe si la de San Sebastián, al que los aceituneros rendían veneración. El interior, según cuentan, está cubierto por una bóveda de cañón reforzada con arcos de medio punto sobre pilastras y el suelo enlosado con pavimento hidráulico. Quizás todo ello sirva hoy de almacén de maquinaria o caseta de aperos. No pude verlo, ni siquiera mirar por el ojo de la cerradura, como es costumbre, porque el propietario de la finca tiene su fachada aprisionada en una alambrada y un perro celoso, aunque cansado, advierte al visitante con sus ladridos de encontrarse en terreno vedado. La ermita se mantiene todavía en pie y aparenta cierta solidez desde el exterior, aunque la despoblación generalizada de las explotaciones olivareras aledañas hace temer por su futuro. 

Acueducto de La Gargantilla.

De vuelta a la carretera principal, el recorrido -entre un aluvión de olivos que suben y bajan cada ladera- marca varios hitos principales por los que no se puede pasar sin rendir homenaje: el acueducto de La Gargantilla, la cascada, el desfiladero del Guadalbarbo... Justo antes de llegar al cauce del río, un camino a la derecha conduce a mi siguiente destino. Había oído hablar de la ermita de Los Murillos, que, por esos caprichos jurisdiccionales de nuestra historia comarcal, se encuentra ya en término de Alcaracejos, formando parte del cortijo del mismo nombre. No sabía muy bien cómo llegar a ella a partir de las pocas indicaciones con las que contaba, pero una mezcla de intuición y suerte me ayudó a localizarla. A diferencia del oratorio de Los Blancos, se encuentra de espaldas al camino, refugiada entre olivos que la ocultan, como ofreciéndose en exclusiva a un pasado nostálgico de aceituneros que no llegaban por el camino, sino pendiente abajo. Entre zarzas y ruinas de las construcciones adyacentes, se levanta un pequeño edificio rectangular de una sola nave que en su día, según he leído o escuchado, estuvo cubierta por una falsa bóveda de cañón formada en realidad por aristas prolongadas bajo techumbre a dos aguas. Ahora, toda la techumbre se ha venido abajo, y en los pueblos sabemos bien lo que eso significa. La fachada conserva restos de un frontón triangular sobre pilastras que enmarcan una puerta con arco carpanel a punto de sucumbir, si es que no lo ha hecho ya cuando escribo esto. La ermita de Los Murillos conforma la estampa pura de la desolación y constituye un retrato ejemplar de cómo la cultura aceitunera, que tanta importancia tuvo en el folklore y las costumbres de Los Pedroches durante todo el siglo XX, se encuentra en peligro extremo de desaparición y olvido.

Ermita de Los Murillos.

La noche en la sierra siempre llega antes de tiempo. Los barrancos de las lomas se convierten en abismos y los olivos en fantasmas. Hay que huir o refugiarse. Tras pasar Villaharta, aún me queda tiempo de acercarme al monasterio de Pedrique para rendir pleitesía a San Onofre y al espíritu de Aurelio Teno. Desde el camino que lo bordea, encuentro nuevas perspectivas del conjunto de edificios que tan buenos recuerdos me trae. Me invade la tristeza por su futuro, y también por su presente. De vuelta a Los Pedroches ya por la carretera nacional, vengo pensando en tantas emociones, en ese mundo de esfuerzos y sacrificio que representó la recolección de la aceituna en otros tiempos de los que aún guardamos memoria. Sé que la ermita de Los Murillos no resistirá ya muchas tormentas en aquel desamparo raso y me gustaría que, como acto final de rebeldía, desafiara a su destino y aguantara en pie hasta que se publicara mi libro sobre patrimonio perdido de Los Pedroches. Porque así, si nunca se publica, tendría ese último consuelo de tenacidad y obstinación, que tan bien cuadra a la memoria aceitunera. 

Portada de la ermita de Los Murillos, a punto del derrumbe.

12 comentarios :

Anónimo | domingo, enero 16, 2022 12:29:00 p. m.

Precioso artículo.

Anónimo | domingo, enero 16, 2022 1:10:00 p. m.

Ojalá vea a la luz ese libro sobre patrimonio perdido en Los Pedroches

Anónimo | domingo, enero 16, 2022 7:09:00 p. m.

Precioso artículo que ojalá sirva para conocer y dejar constancia de un patrimonio que desgraciadamente vamos perdiendo demasiado rápido!!!

Trinidad Fernández | domingo, enero 16, 2022 7:25:00 p. m.

Que articulo más curioso Antonio, a la vez que triste por todo lo que se ha dejado perder.

Anónimo | lunes, enero 17, 2022 3:30:00 p. m.

Interesante excursión la que te has trazado. Si la excursión fue temática, yo que tú me hubiera parado en los Chivatiles (un kilómetro antes de llegar a los Blancos) donde también, según las referencias de Manuel Moreno Valero, existe un oratorio, derruido ya. Incluso hubiera avanzado por la misma pista de los Chivatiles hasta los Cortijos y Molina de Las Morenas (kilometro siete) donde existe otro oratorio en perfecto estado de conservación, referenciado por Manuel Moreno como de la Era Grande.
Ampliando los puntos de interés, ya que la sierra no son sólo cerros y olivos, y cerca de los Murillos se encuentra la basílica visigoda del Germo por la misma pista del Peñón de Lazarillo, Cañada Real Soriana o modernamente camino mozárabe. Su visita es muy recomendable, estos restos están catalogados como BIC al igual que Cueva la Osa. Este lugar del Germo es uno de los pocos lugares de la sierra que debe considerarse “con encanto” ya que se hunde en la oscuridad de los tiempos como Cueva la Osa, el castillo de Lara y otros. No en vano muy cerca del cerro del Germo y desde la misma pista se pueden observar los restos de un túmulo.
Hablando de Pedrique, dentro de las dos o tres mejores panorámicas que se pueden disfrutar de la Sierra Morena de Los Pedroches, una se encuentra allí. Si uno se sitúa donde se hallan los restos del antiguo oratorio de San Onofre las vistas desde este punto son impresionantes y conforme uno baja hacía la vereda de los Pañeros, entre olivos, jaras, cantuesos y también aulagas, por qué no decirlo, el disfrute de tal vista es muy reconfortante.

Anónimo | lunes, enero 17, 2022 6:07:00 p. m.

Querido Antonio, eres los ojos, los oídos y la memoria de nuestra tierra. Gracias por tu interés y por tu esfuerzo!

Anónimo | martes, enero 18, 2022 9:08:00 a. m.

Muy interesante. Gracias por hacer visible "cosas" y "situaciones" que muchos no vemos o nos pasan desapercibidas. .... Sin embargo están ahí y merecen nuestra atención. La imagen de una ermita serrana pedrocheña derruida es demasiado triste. Si no podemos conservar cortijos, ermitas y oratorios al menos luchemos por conservar la Sierra, inmensa catedral de la Naturaleza para espíritus libres amantes de su Tierra. Por cierto que los restos de la basílica del Germo se han quedado detrás de una cancela y una larga alambrada: resulta inaccesible.

Casa.rota | martes, enero 18, 2022 9:58:00 p. m.

El patrimonio abandonado debería ser expropiado por razón de interés público, antes que perderse.

Anónimo | martes, enero 18, 2022 11:54:00 p. m.

Primero hay que definir que debe entenderse como patrimonio de interés público y que actuaciones posteriores se realizarían en los bienes objeto de esa hipotética expropiación. Lo más factible y económico sería una correcta catalogación.

Anónimo | miércoles, enero 19, 2022 10:37:00 a. m.

Restaurar para qué. Mas importante que una restauración es encontrar un uso posterior al inmueble que haga que su mantenimiento pueda ser sostenible, de otra forma volverá a caer en el olvido y abandono. Estos ejemplos que nos muestra solienses son ideales para un paseo romántico, bucólico por la sierra, pero ya está, poco interés tiene la administración por otros ejemplos de ruina pedrocheña. No nos arreglan las carreteras como para consolidar ruinas entre maleza.

Anónimo | miércoles, enero 19, 2022 12:59:00 p. m.

Hombre no me compares. Lo mismo costaría uno que otro.
Una formula correcta y que ya se exploró, es la colaboración público-privada.
Hace ya años se pretendieron restaurar los arcos del molino de la Gargantilla entre el Ayuntamiento de Alcaracejos, con Luciano Cabrera como alcalde y los propietarios. Aquello no siguió adelante. A día de hoy aquello amenaza ruina total y cualquier día nos encontraremos sin uno de los elenentos más característicos de nuestra sierra. Quizá sería conveniente que se retomaran aquellas conversaciones, teniendo en cuenta que se encuentra a sólo unos kilómetros de la Ruta Mozárabe.

Anónimo | jueves, enero 20, 2022 12:46:00 p. m.

Que lo arreglen todo los de las macrogranjas. Ellos pondrán el dinero. Y así el Ayuntamiento de Alcaracejos podrá expiar su culpa. Si es que la tiene.

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