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Romantizar la miseria

Los cómicos de "El viaje a ninguna parte" del grupo Jara, anoche en Pozoblanco [Fotos: Cultura Pozoblanco].

Justo a mi lado, en medio de la función, le sonó el teléfono a una señora algo mayor que yo. Ella, sin vacilar, lo descolgó y le dijo a quien estuviera al otro lado, con el mismo volumen que si se encontrara en una isla ambiental del bulevar. "Prima, que estoy en el teatro, cuando salga te llamo". Y colgó. Lo cierto es que la llamada, que podría resultar insolente e inoportuna en otro contexto, me pareció absolutamente coherente con la representación que allí se estaba realizando, donde el público aplaudía a rabiar cuando el actor decía "cipote" y se rascaba los huevos. En ese justo momento el público era una extensión de la propia escena que se desarrollaba en un bar de pueblo donde los parroquianos gritaban a los actores las ocurrencias que le pasaran por su mente, sin más filtro que el proporcionado por siete u ocho chatos de vino de Valdepeñas.


Resulta paradójico (o quizás debería decir metateatral) que la representación de El viaje a ninguna parte de Fernando Fernán Gómez a cargo del grupo Jara de Pozoblanco que anoche disfrutamos en el teatro El Silo de Pozoblanco tuviera que competir en la memoria de los espectadores con una película del mismo autor. La rivalidad entre cine y teatro (que puede interpretarse como la reacción frente al progreso tecnológico) es uno de los motivos principales de la obra, pero solo uno de ellos, porque quizás el fundamental sea la nostalgia del pasado, ese pasado idealizado que muchos se empeñan en romantizar por miedo a lo que haya de venir. El pasado siempre nos parece mejor, porque en él éramos más jóvenes, pero puestos frente al espejo de la compañía de cómicos de la legua que andan vagabundos de pueblo en pueblo observamos que su situación nunca fue buena y que ese futuro que rechazan, por llegar cargado de incertidumbres, sería probablemente su única fuente de oportunidades para mejorar. El viaje a ninguna parte vacila sobre a qué opción inclinarse. Hay personajes que abandonan la compañía y los vemos como traidores, hasta que finalmente la realidad se impone y solo pueden mantenerse en ella quienes ya no tienen nada que ofrecer a la sociedad y ni siquiera a sí mismos, incapaces de escapar del confort que les proporciona la miseria.


La compañía al completo saluda al final de la representación.

El teatro El Silo volvió a estar lleno hasta rebosar y no puedo imaginarme la enorme satisfacción de los diecinueve actores siendo aplaudidos al final de la representación con todo el público puesto en pie. Su actuación mereció, sin duda alguna, tales ovaciones, brillante en su conjunto y especialmente destacada la de Faustino Habas y José Antonio Rubio. Como defensores de la cultura en Los Pedroches (aunque lo del grupo Jara excede estos términos territoriales) no podemos sino congratularnos de tener entre nosotros un grupo de teatro de tal solidez y solvencia, con una trayectoria consolidada de 45 años en ejercicio. Y agradecerles que en esta ocasión nos hayan plantado ante las narices el espectáculo inmenso de nuestra propia existencia, mitigado con la dulce medicina de la mirada piadosa.

3 comentarios :

Anónimo | domingo, octubre 01, 2023 3:14:00 a. m.

¡Chapó!

Anónimo | domingo, octubre 01, 2023 4:31:00 p. m.

Sin más palabras. Geniales

Anónimo | lunes, octubre 02, 2023 10:43:00 a. m.

Buen titular y buen zasca, habrá quien no sepa leer entre líneas.

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