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Cuarenta días de soledad

Al analizar el fenómeno de la eclosión de mujeres poetas en la literatura española desde el último tercio del siglo XX, investigadoras como Ugalde señalan en todas ellas la voluntad generalizada de “construcción del género” como una de sus características unitarias esenciales, denunciando “los efectos devastadores de la construcción patriarcal de la feminidad”. A partir de esa consideración, las poetas emprenden una reelaboración de la subjetividad lírica femenina que se enfrenta intelectualmente a la tradición social (y también literaria), rompiendo los moldes en los que ellas mismas habían nacido y crecido. En esa tarea, una de las líneas de filiación más determinantes será la creación de un nuevo modelo de relación erótica, o mejor, de expresión poética de la sexualidad, con una celebración del goce erótico femenino y del propio cuerpo insólita hasta entonces en la poesía española, pero también de la propia expresión de la experiencia femenina más íntima, más propia de la mujer, que hasta entonces no había sido objeto de atención -ni hubiera podido serlo- por parte de una literatura protagonizada casi exclusivamente por hombres.

La búsqueda de un lenguaje poético a través del cual expresar el mundo emocional femenino constituirá otro de los retos de las nuevas generaciones de mujeres poetas, al no contar con un canon estético anterior en el que apoyarse y reconocer que la tradición no ha recogido suficientemente la experiencia propia de la mujer escritora. En general, la postura de estas poetas fue explicada desde la crítica feminista por Alicia Ostriker, quien describe que, en su búsqueda de una nueva identidad, la mujer ha debido “robar” el lenguaje, tradicionalmente masculino y, por tanto, inapropiado para narrar la experiencia femenina.

La creación de una voz femenina que celebra los placeres corporales es, según Ugalde, la principal representación del erotismo entre las poetas de estas generaciones, y como consecuencia de ello vendría la conversión en centro poético de temas específicamente femeninos que hasta entonces no pudieron nunca ser abordados, porque suponían una experiencia exclusivamente de la mujer, fuera del alcance de los hombres, como es la maternidad (no ya como sentimiento amoroso de alcance universal, sino como experiencia visceral física, única e intransferible, que solo podría ser vivida -y contada- por la mujer). Este descubrimiento del propio cuerpo y de la experiencia exclusivamente femenina exige a la vez la elaboración de un nuevo lenguaje que consiga expresarlo, puesto que las escritoras supieron pronto que el lenguaje está fabricado con las perspectivas e intereses masculinos.

En esta línea de actuación poética se sitúa el nuevo poemario de Yolanda López Rodríguez titulado Cuarentena. El tabú susurrado (Diputación de Córdoba, 2024). La misma dificultad que encuentra la poeta creadora al enfrentarse a un tema del que apenas hay referentes literarios la siente el crítico al no entender adecuadamente cómo responder acertadamente a este enfrentamiento.

La osadía de Yolanda no reside solo en atreverse con el tema de la maternidad (que, de modo más o menos genérico, ha podido ya haber sido tratado previamente), sino al puro acto de parir ("abre, saca, cose") en toda su crudeza humana existencial ("sudor, dolor y sangre"), a la experiencia de gestar un cuerpo ajeno en el propio cuerpo ("Mi cuerpo es una cuna/ que mece tu inocencia"), el aprendizaje mental y sensorial que todo el proceso supone ("el violento/ huracán furioso que nos da/ ser madres"), la consecuencia física y psíquica del desenlace, la huella marcada para toda la vida por esta iniciación de alcance místico ("parir es romperte en mil pedazos"), la soledad y el desamparo de todo ese ciclo vital que solo una mujer puede experimentar, la incertidumbre frente al desconocimiento de lo que ha de venir, el descubrimiento de la propia ignorancia sobre lo que está ocurriendo: "No sé hacer frente/ a esto/ sola./ Aún puedo aguantarlo".

Yolanda López escribe un dietario de los cuarenta días y cuarenta noches posteriores al parto ("un volcán de fuego"), hilvanados uno a uno, con su haz y su envés (constituyendo dos libros en realidad: el haz, el que nos emociona dulcemente, y el envés, el que nos conmueve, nos nubla y nos inquieta), relatando en versos desgarrados la experiencia fría y emocionante de cada luna ("Mi cuerpo está minado/ de espinas invisibles"), el abismo entre la nueva vida que ha surgido y el cúmulo de sensaciones violentamente contradictorias que padece ese otro sujeto al que llaman madre, un ser que a veces duda, por muy arraigado que aparezca en la genealogía universal: 

Las venas de mis ojos
te gritan un respiro.
Las grandes heroínas
somos madres cansadas,
somos hijas despiertas.
Una mujer que amamanta
                es madre
de todos los niños. 

Yolanda López Rodríguez
Cuarentena. El tabú susurrado
Diputación de Córdoba
183 páginas

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