La ordenación
Libros de Manuel Moreno Valero en mi estantería.
Los primeros días de confinamiento fueron un continuo hacer planes, imaginar tareas para llenar tantas horas de ocio, incapaces como éramos todavía de mantener la mente a raya. Creímos que había llegado la ocasión perfecta para terminar trabajos atrasados, para hacer limpieza en esos lugares de la vivienda donde nunca se alcanza, para ordenar armarios, para pintar el techo de la cocina, para leer libros siempre aplazados, para ver películas, series... Luego, según han ido pasando los días, nos hemos dado cuenta de que pocos de los planes iniciales se han realizado. Una especie de galbana poderosa se va adueñando de nosotros y vamos contemplando con impotencia el paso lento de los días sin que hagamos realmente nada de lo proyectado. O demasiado poco.
Mi primer propósito fue ordenar los libros de mi -vamos a llamarla así- biblioteca. Durante los últimos años la he tenido un tanto descuidada, soltando sin orden lo que encontraba ordenado, colocando libros encima de otros cuando el espacio empezaba a escasear. Las fases preparatorias del Premio Solienses en sus doce ediciones me han obligado a adquirir muchos ejemplares que ya no tenían un lugar cuidadoso donde depositarlos, sino que iban amontonándose como mercancía al peso abarrotando estanterías y acumulando polvo. La perspectiva de varias semanas por delante encerrado en casa ofrecía la ocasión adecuada para esta tarea que imaginaba compleja, aunque no tanto como finalmente resultó ser.
Mientras tanto, tuve un parón inesperado, durante el cual apenas pude leer un poco, aunque no solo libros aplazados. Primero abordé La madre de Frankenstein, la nueva entrega de los episodios de una guerra interminable de Almudena Grandes. Para decirlo en breve, no me gustó tanto como otras, no obstante su maestría narrativa. Luego pasé a los Cuentos completos de Alfredo Bryce Echenique, un libro que compré en la Feria del libro de Madrid en 1999 y aún no había leído. Sé el año y lugar de su compra porque lo tengo dedicado por el autor, pasión que por entonces profesaba con mucha entrega. Las causas del parón inesperado cesaron y entonces recordé mi primer propósito y me puse manos a la obra.
Tengo mis libros ordenados por temas y, dentro de ellos, por orden alfabético de autores. Llevo una clasificación ad hoc para mi propio beneficio e interés. Tengo secciones de literatura general (diferenciando narrativa -la más extensa-, teatro y poesía -que ha crecido mucho también en los últimos años-), de filología clásica, de didáctica y, en fin, ademas de otras menores, la dedicada a Los Pedroches. Esta, a su vez, se subdivide en dos: literatura e historia. Sacar todos los libros de sus estanterías, limpiarlos uno a uno y volverlos a colocar ordenados por la cadencia alfabética que habían perdido ha supuesto una dedicación solo recomendable para incondicionales de los ritos pasionales.
La tarea es, a la vez, una fuente de descubrimientos que alargan el trabajo indefinidamente. De pronto aparecen libros maravillosos que ignorabas que tenías, vuelves a abrir -quizás muchos años después- un ejemplar que te evoca recuerdos de esto o de aquello, y no te resistes a leer pasajes, hojas completas, a olerlo (spoiler: ya no huelen igual) y a depositarlo luego amorosamente en su nuevo lugar, o tal vez en el mismo. ¿Cómo resistirse, tras pasarle la aspiradora por el lomo, a leer unas páginas de La rama dorada de Frazer? ¿Cómo no descuidarse con unos poemas de Borges teniéndo en las manos su Antología? ¿Quién sería tan de hierro como para no deterse sine die con las elegías de Propercio? Incluso entregarse a la nostalgia recordando las circunstancias en las que adquirí la Historia de la literatura griega de Albin Lesky, un trofeo siempre visible en cualquier biblioteca donde se halle.
En fin, estas operaciones de limpieza y ordenación me han permitido, por ejemplo, recontar cuántos libros tengo sobre temática de Los Pedroches y de autores comarcales (unos trescientos títulos en total). El autor más cuantioso en mi biblioteca literaria pedrocheña es Alejandro López Andrada, del que las baldas acogen 27 obras, entre ellas la primera aparición de La dehesa iluminada (1990), ahora reeditada. De Juana Castro se enseñorean 15 obras, incluyendo una primera edición de Cóncava mujer (1978), su ópera prima. Otros autores comarcales van disponiendo ya también de una considerable obra editada. De Juan Bosco Castilla tengo ocho títulos, entre ellos el volumen que acoge sus dos novelas cortas o cuentos largos El mecanismo de la suerte y La doble vida de un seductor imaginario (1999), con dedicatoria autógrafa del autor a unas personas muy queridas para mí que ya no viven más que en la memoria. Empatados a seis títulos tengo a Francisco Onieva y Félix Ángel Moreno Ruiz, probablemente la obra completa de ambos. Por ahí campean también rarezas literarias antiguas como la colección de relatos infantiles Curra (1922) del pozoalbense Antonio Porras Márquez o la única obra que le dio tiempo a publicar al jarote Juan Ugart, Los presentes de abril (1935).
En la sección de historia comarcal el rey es el recordado Manuel Moreno Valero, del que cuento 25 títulos, entre ellos un ejemplar de Olivar de Los Pedroches (Tradiciones y Folklore) en el que me nombra ya entonces (1987) "paladín de la cultura de Los Pedroches". Aunque sin duda el libro que más me fascina de esta sección continúa siendo las Prácticas de derecho y de economía popular observadas en la villa de Añora (1916) del ya citado Porras Márquez.
Terminada la tarea, se siente como un gran vacío. Ya está todo ordenado, todo donde debía. Ahora es un placer buscar un libro y encontrarlo enseguida. Hora de volver a la lectura. Si no fuera porque, entretanto, se ha cruzado por medio el mundo de las series de televisión, querencia que nunca me había provocado una especial atracción. Es lo que tiene el tiempo libre, que uno acaba cayendo en todos los vicios. La primera serie que he visto completa, en un par de tirones (solo eran cinco capítulos), ha sido la impresionante Chernobyl. Ahora ando con la segunda temporada de El cuento de la criada, fascinante en su primera tanda de entregas y algo más cargante en esta segunda.
Y así van pasando los días y las semanas. Se nos anuncia al menos otra quincena por delante de reclusión en el hogar. Las mañanas están bien ocupadas con el teletrabajo, que es como se llama ahora, pero las tardes, cada vez más largas, piden pan. He retomado la escritura de algunos viejos proyectos, para el cajón, como los Homeros de Félix. Y esta tarde, en un desliz de la mente, se me han ocurrido otro par de tareas de esas que ahora o nunca. Veremos.
3 comentarios :
Esa tarea de limpiar y ordenar estanterías, llenas de libros que han ido amontonándose, distorsionando el orden que facilita su localización; el encuentro de libros no leídos u otros olvidados, tesoros perdidos que vuelven a nuestra vida...y que van amontonándose sobre la mesa a la espera de gozar de nuevo de ellos. Este tiempo, tan extraño, es un parón en una vida que se ha convertido en prisas locas que nos roban el tiempo. Si no hubiera sido por este parón, mis tesoros seguirían escondidos.
Me ha encantado la humanidad y sencillez de este artículo y además el regalo que nos hace dándonos a conocer títulos tan segurentes.
Gustado no,repito encantado.
Ahora si lo cree conveniente amplíe su colección este 23 de abril. Saludos.
Comparto el sentido del anónimo anterior.
Publicar un comentario