La festividad del Corpus en Villanueva de Córdoba lleva asociada la práctica popular de "crujir los porros",
a la que ya me referí hace unos años. Se trata de un resto ritual de una antigua costumbre
vinculada con la celebración de la naturaleza, consustancial a la tradición litúrgica de esta festividad religiosa. Allí expliqué el posible origen mágico del rito, como tantos otros relacionados con el mundo agrícola, restos todos ellos de primitivas celebraciones paganas que en su momento se asociaron a la ceremonia religiosa para no desaparecer del todo. Los porros son unas largas sogas o látigos confeccionados con juncias frescas trenzadas, con las que se azota el aire provocando silbidos estremecedores (con el fin simbólico de espantar los males o de atraer las tormentas). Subsisten también en algunas otras localidades, pero, en general, se trata de un ejercicio popular en vías de desaparición. De hecho, en Villanueva de Córdoba tan solo se ejecuta ya en un punto en concreto del recorrido procesional (en el alto del Santo), probablemente por una iniciativa particular.
Por eso me ha conmovido esta fotografía de Antonio Jesús Dueñas que capta, a mi parecer, toda la belleza y emoción del momento justo en que se está produciendo la transmisión generacional de un rito popular. Se trata de un instante mágico de cuya existencia depende la pervivencia de estas prácticas tradicionales tan rústicas y ajenas al mundo contemporáneo de la virtualidad, destrezas por lo general ausentes del círculo de intereses de los más jóvenes y que solo pueden aprenderse a través de la imitación de los mayores, siempre que haya espacios comunes de intercambio generacional.
En la imagen se ve a un adulto en el momento justo de crujir el porro, instante congelado con la torsión corporal exigida por esa coyuntura de tensa actividad y expresivo de una gran concentración en el rostro. Justo detrás, en segundo plano, pero con un gran protagonismo en la estampa, aparece un joven muchacho de unos diez años con un porro más pequeño recogido en la mano y contemplando con profundísima concentración los movimientos del adulto. Hay admiración en el rostro del muchacho y deseos de emular esas habilidades que han logrado captar su atención, aunque aún desconozca su significado. El rito resulta expresivo de algunos de los valores primarios más demandados en las sociedades rurales: fuerza, habilidad, representación y jerarquía. La pervivencia del rito parece estar garantizada al menos para una generación más.
3 comentarios :
A ver si es verdad y no se pierde la tradición de los porros. Yo siempre he sido partidario de mantener dicha tradición, aunque con moderación y en fechas señaladas, como ahora.
Hermosa e instructiva fotografía donde toda una tradición se concentra. "Crujir" un porro no era nada fácil. El "crujidor" tenía que reproducir en su mente el mismo movimiento y concentrarlo en la punta impregnada con cerote del final. No era fácil hacer crujir al porro para producir un sonido que resultase atronador y rebotase entre las paredes de la calle. La empuñadura servía para satisfacer las aspiraciones estéticas del fabricante. Pero no se cogía el porro del puño, a pesar de ser la "empuñadura", sino de unos centímetros más abajo, donde se puede hacer presión. Y el mozalbete que lo contempla encuadra perfectamente con la tradición. El adolescente observa atentamente. Porque no era
fácil hacer crujir un porro.
Señor editor, es posible que en Añora en algún momento hayamos tenido esta tradición? Es que yo tengo en la memoria de mi niñez de hace 50 años imágenes que me recuerdan haberlo vivido. Vamos, que me veo a mi mismo y a mis amigos empuñando un porro aunque desconozco en qué situacion. Gracias por tu contestación que espero.
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