Nada se espera en Vioque
Muralla oeste de la fortaleza interior del castillo de Vioque (Santa Eufemia) [Fotos: Solienses].Hacía tiempo, años ya, que tenía ganas de visitar las ruinas del castillo de Vioque, en el término municipal de Santa Eufemia, pero, por unas razones u otras, hasta ayer no se había presentado la ocasión propicia. La razón principal que retrasaba esta experiencia era, precisamente, uno de los mayores encantos que ofrece el lugar: su escondida ubicación. No era fácil encontrar el castillo, perdido como está en medio de ningún sitio, ajeno a cualquier señalización y solo accesible a través de un dédalo de caminos no siempre fácilmente practicables. Ahora, sin embargo, la geolocalización digital que nos ofrecen las tecnologías informáticas nos permite llegar a él cómodamente en vehículo hasta la falda del pequeño monte donde se asienta, ello sin contar las decenas de rutas de senderismo que pueden encontrarse con una sencilla búsqueda en internet.
Arranque del único torreón que se conserva.
El castillo de Vioque se encuentra a unos 8 kilómetros al NE de Santa Eufemia, cerca del río Guadalmez y en un paraje denominado Umbría del Batán. Está situado en un emplazamiento estratégico para su defensa natural, en la cima de un pequeño monte desde el que se divisa a un lado hasta la sierra de Santa Eufemia (alcanza a distinguirse el castillo de Miramontes) y al otro las sierras de Alamillo, hasta la Peña del Gato y el Rochal. Las vistas exteriores son realmente de una belleza sobrecogedora. Lo que queda del monumento es un campo abierto pata la imaginación.
A la fortaleza de Vioque hay quien le atribuye orígenes ibéricos, aunque la investigación más reciente (Córdoba, Ruibal) coincide en considerarla una construcción altomedieval, datada en torno a los siglos VII-IX, que formaría parte de una línea defensiva del territorio cordobés durante la dominación musulmana compuesta por sucesivos castillos asociados a hábitats rurales permanentes (los llamados husun hispano-árabes).
Constaría de un doble recinto: de la muralla exterior se conserva la base en algunos puntos, construida en sillarejo y sin torres formando un polígono de unos 40 metros de anchura y 200 de perímetro. El recinto interno sería una gran construcción compacta de buena piedra edificada a modo de gran torre de 28x12 metros. En el frente oeste se conserva el arranque de un torreón con sillares bien conservados en su ubicación original.
La belleza del paisaje circundante (que debe ser mucho más hermoso en invierno y primavera) contrasta con la desolación que se siente al observar el estado actual de la fortaleza. Desde que uno comienza a ascender la montaña no deja de ver piedras que han venido rodando por la ladera durante siglos. Cuando se llega a la cima, vencida la pendiente y la espesa vegetación que se obstina en contrariar, la confusión es total.
Resulta difícil encontrar un lugar para escalar a la terraza superior del recinto interior, la cima del monte. Un fárrago de piedras de diferentes tamaños rodea toda la construcción y resulta doloroso imaginar que el edificio que un día se levantó allí yace hoy descuartizado varios kilómetros a la redonda. Hay que caminar literalmente sobre las piedras que conformarían las murallas y buscar al azar el mejor acceso para ascender. Una vez allí, se alcanza la gloria.
El lugar posee el encanto de las ruinas totalmente abandonadas a su suerte. Los muros se derraman por la ladera y entre sus estructuras crecen encinas y acebuches que acabarán un día colonizando todo el espacio de la fortaleza. No hay decepción porque nada se espera. Igual que uno se pregunta cada día cómo es posible que la iglesia del convento franciscano de Belalcázar esté desapareciendo ante nuestros ojos sin protesta alguna, nadie se preguntará jamás nada sobre el castillo de Vioque ni se reclamará por él. Este descansa allí contemplando apacible el paso de los siglos y reintegrándose lentamente de nuevo a la naturaleza del lugar que un día alteró. Las piedras se hunden de nuevo en el suelo y los muros son covacha de ratones y culebras. Quizás en el interior de la gran torre central se oculten (escondidos en cofres, enterrados más allá del aljibe) los secretos de esta fortaleza y, con ellos, los de toda nuestra tierra, las leyendas primigenias de nuestra génesis, los arcanos fundacionales de un mundo maravilloso que solo el gavilán y Pedro Tébar conocen ya.
3 comentarios :
Me parece, amigo Antonio, que tú quieres meterme en una sutil trampa. Me estas invitando a visitar Vioque y sus ruinas. Me quieres conducir a esas laderas que tanto te ha costado subir con la promesa de que, allá arriba, voy a encontrarme con la gloria. Recuerdo ahora el intercambio epistolar que sostuvieron Carlos Castilla del Pino y Juan Benet, allá por el 85. Carlos invitaba a Benet a visitar Región, ese espacio imaginario de su novela. Le decía que debería remontar Cerro Muriano, desviarse a la derecha antes de llegar al Vacar y luego atreverse a descender la carretera que lleva hasta Obejo. Y, le seguía diciendo, aunque parezca que allí se acaba el mundo continuar, continuar, continuar. Lo quería traer a Los Pedroches. Benet debió haber dicho: Yo ya he estado en Región. ¿Para qué ir a Región?
Yo ya he estado en Vioque. He ascendido a la cima y he contado una a una esas monedas que has imaginado. He visto el perro negro que dormía bajo la cama de aquel guardián o carcelero y me he mirado en los ojos brillantes de ese gavilán que me sigue revelando todos sus secretos. He bajado a su aljibe y he removido las aguas. Y, en las aguas, el rostro de la reina subterránea y el puño del señor.
Yo no voy a perderme como se perdió Juan Benet. Porque no voy a ir. Porque ya he estado allí y de allí aún no he vuelto. Para qué buscar, como le decía el gran psiquiatra a su amigo, la "tangibilidad de la imagen". Yo no voy a ir a Vioque. Un gavilán sigue picoteando, a veces con dolor, el cristal de mi ventana. Sus ojos, ¡ay sus ojos!, ese resplandor y sus anuncios.
Joder, qué bonito lo que escribe Antonio y Pedro. Da gusto leerlo. Que suerte habéis tenido por poder estudiar y que os enseñaran a escribir así.
Que no, paisano, que esto no es porque pudimos estudiar y allí nos enseñaran a escribir así. Que a escribir medio bien nadie te enseña. Esto es cosa de sentimientos y de emociones. Y tú, quizá no te sientas capaz de escribir de esta manera pero tu alabanza, que te agradezco sinceramente, revela que, si no escribes así, sientes así. Te emocionas y además te atreves a decirlo. Durante un momento has estado en comunión con nosotros. Y eso es algo muy grande.
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