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La misma melancolía

Vecinos de Manzanares (Soria) en 1969.

Encontré esta conmovedora fotografía en las redes sociales de la Asociación Cívica de Hinojosa del Duque, que a su vez la había tomado de David Ortega, que la tiene recogida en su Instagram. Luego he visto que está publicada también en el artículo de la Wikipedia dedicado a Manzanares de Soria, fechada en 1969. En cuanto la vi, me vino inmediatamente al recuerdo esa otra fotografía de nuestro querido Ismael, que acompaña la memoria sentimental de varias generaciones de noriegos y gentes de Los Pedroches en general.


David Ortega precisa que se trata de los últimos vecinos de Manzanares. "Con casi total seguridad -afirma-, se trata de la familia de Fermin Andrés (cestero de profesión) y Toribia Felipe". Aquel pueblo quedó deshabitado a principios de los años 70, aunque años más tarde en algunas de sus casas se instalaría "un pequeño grupo anarquista", según la Wikipedia. La fotografía se muestra como una estampa del mundo rural en los comienzos de la despoblación, cuando se inició el éxodo y España ya empezaba a estar vacía, aunque aún no se llamara así.


Mujeres de Añora [Foto: Ismael].

En cuanto la vi, digo, me acordé enseguida de la fotografía de Ismael, porque aunque las separan geográficamente 500 kilómetros, ambas pertenecen a la misma época y, sobre todo, al mismo sentir y recogen el mismo impulso vital, la misma melancolía. La protagonizan cuatro mujeres de Añora reunidas para sus cosas en la calle Pedroche de la localidad. Cuatro mujeres vestidas de negro riguroso, como las de Manzanares, con sus pañuelos negros en la cabeza, sus zapatos negros, sus medias negras y sus manos enlazadas de la misma manera que las sorianas, como si las hubiera enseñado la misma maestra. Hace años (2004) ya escribí lo siguiente sobre esta imagen:


No sé exactamente cuándo fue tomada, aunque la sitúo aproximadamente allá por años los setenta, pero yo la recuerdo desde siempre, quizás haciéndola objeto de un retroceso temporal que me lleva a convertirla en objeto de culto, porque, mirándola por primera vez, me pareció que despertaba en mí el interés por las cosas de mi pueblo. En ella creí ver cómo una estampa vulgar, de la vida cotidiana de todos los días, sin montaje ni preparación, espontánea, se puede presentar como objeto artístico y ser entonces contemplado con otros ojos y analizado luego con los instrumentos de la razón hasta descubrir que en esos pañuelos negros, en esas manos bajo el mandil, se encierra toda una explicación de los modos de ser y de vivir de aquella época, y que mucho de lo que hoy es la mentalidad de Añora se aclara observando esta fotografía. Vean el contraste entre el blanco de las paredes y el negro riguroso de las vestimentas. Observen que a una de las mujeres sólo le queda sin cubrir parte del rostro. Fíjense en su porte, en su posición... las dos figuras centrales incluso llegan a unirse hasta parecer una sola, quizás porque las cuatro pudieran ser una sola. Pero lo más inquietante es que tres de ellas miran a un mismo punto indeterminado, fuera del objetivo de la fotografía, mientras que la cuarta, con los ojos cerrados, quizás ciega, es la única que mira -sin ver- fijamente al fotógrafo.


He preguntado quiénes eran estas mujeres, porque me gustaría rescatar sus nombres del olvido y dejarlos aquí para la posteridad, como David ha hecho con los de Manzanares. Empezando por la izquierda, son Mª Dolores, Catalina, Juana y Luisa. Vecinas de la plazoleta de El Chaparral, esa confluencia entre las calles Pedroche, Río Jordán e Iglesia.  Cada una con su vida, llena de azares: tras la oscuridad de sus ropas se esconden historias de la España rural de posguerra que se vivieron de igual modo tanto aquí, en las estribaciones de Sierra Morena, como allá, en la Sierra de Pela soriana. A veces las fotografías congelan en el tiempo una estampa representativa de toda una época y de todo un mundo, la imagen de todo un pueblo concentrada en un solo segundo. Cuando se explique la historia de Añora del siglo XX habrá que recurrir a esta y otras fotografías de Ismael, porque desde su inmobilidad son capaces de interpretar como nadie un carácter forjado en la dureza de una vida rural áspera y despiadada, muy lejana del dulzor que quieren achacarle algunos evocadores modernos. Una vida que, sin embargo, es la nuestra y no podríamos, aunque quisiéramos, desprendernos nunca de su herencia, porque esos sueros de penuria e infortunio los llevamos inoculados desde que nacimos y crecimos por esas calles tortuosas de nuestra infancia.

1 comentarios :

Anónimo | lunes, octubre 11, 2021 10:29:00 p. m.

Creo, además, que estas dos fotografías retratan a primas hermanas. No podemos olvidar nuestros orígenes (Segovia, Soria...)

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