La sandía

La sandía

El precio de la sandía ha subido muchísimo. Lo sé porque mi padre las vendía a veinte duros la arroba. Las pesábamos en una romana que colgaba con una soga de esparto en un gancho de una de las bóvedas de "la entrada", que era como llamábamos a la parte de la casa destinada a estos usos secundarios. Veinte duros la arroba de sandías, que eran once kilos y medio, un saco lleno, porque casi siempre se le añadían dos o tres más de regalo, para que el comprador se fuera contento y volviera. Las sandías entonces eran muy baratas, pero yo preferiría no comerlas hoy antes de que mis hijos tuvieran que volver a aquellos tiempos en los que, salvo el precio de la sandía, nada era mejor que en estos.

Las sandías de cuando entonces, cogidas en nuestros propios melonares de secano con carros tirados por mulas, eran mucho peores que las manchegas que comemos ahora, que no sé si estarán modificadas genéticamente o qué, pero resultan adictivas de puro sabrosas. Aquellas estaban casi siempre "pelotas", blancas sin madurar, y tenías suerte si te salía una al menos rosácea o pintona. Para comer una sandía roja había que esperar a mediados de agosto como poco. Las que no estaban buenas se les echaban a los guarros en la zahurda, que no estaría lejos del corral donde almorzábamos -todos al mismo plato- las migas bajo la parra, comidos por las moscas. No desearía ese pasado para mis hijos.

En la reivindicación memorial del ayer tiene que haber un punto de respeto a nuestros antepasados, a nuestros padres y abuelos que se desvivieron por entregarnos un futuro mejor. Anhelar aquel mundo de fatigosas estrecheces es reconocer el fracaso de varias generaciones que trabajaron de sol a sol para superar un estado que ellos mismos no querían para sus hijos. Tras la sandía barata y el frescor de la huerta se escondían trabajos opresivos en los que nunca había tiempo para el ocio, costumbres modeladas en el paso de los siglos que contribuían a subyugar el alma y la mente, aprisionadas en círculos de dominio ajeno. Y qué hablar de la situación de la mujer, encerrada en su universo de lutos lorquianos y declarada en perpetua minoría de edad por las leyes vigentes. 

En muchos aspectos, Europa vino a rescatarnos de una esclavitud en la que algunos vivían cómodos, porque, como los habitantes de la caverna platónica, no sabían que fuera de allí había otro mundo real, más luminoso y verdadero. Europa reordenó una economía de autoconsumo y nos dio dinero a espuertas para construir carreteras y casas rurales, de las que viven más cómodamente algunos emprendedores que decidieron abandonar su actividad agropecuaria. El dinero de Europa no se destinó solo a las ciudades, sino también a los pueblos, a nuestros pueblos, y ahí está Adroches que, no obstante sus muchos errores, ha contribuido a repartir no pocos millones de euros por los pueblos de la comarca. ¿O creen que esos polideportivos, esos auditorios, esos centros de interpretación y museos han surgido de la nada? 

Y todos los agricultores y todos los ganaderos de Los Pedroches viven hoy mejor que antes, sea cual sea el punto donde coloques ese antes, porque la mecanización del campo les ha liberado de antiguas servidumbres y los nuevos modos de producción les han proporcionado los beneficios suficientes como para poder permitirse esos avances tecnológicos. Les aseguro que ordeñar diariamente a mano cincuenta vacas no tiene nada de bucólico, ningún ganadero querría volver a ello. Ni a segar con la hoz cuarenta fanegas de cebada deteniéndose al mediodía para almorzar un trozo de tocino. Ni el trillo en la era durante las rendidas siestas de julio. Ese es el pasado al que algunos parecen querer volver, seguramente porque no lo han vivido y en su imaginario ideal lo consideran mejor que este presente esperanzador al que hemos logrado llegar con mucho esfuerzo de quienes nos precedieron.

Y ahí están, en fin, las gloriosas entregas de la PAC, con las que muchísimos agricultores y ganaderos ganan hoy más dinero que antes trabajando en el campo familias enteras, niños en edad escolar incluidos, y a las que ninguno estaría dispuesto a renunciar a cambio de segar de nuevo con hoz y precios más baratos para la sandía en melonar de secano. Son pagos de consulta pública, podemos mirarlos uno a uno, quién los recibe y quién no, no hay que avergonzarse de ello, es un beneficio que recibimos a cambio de algunas renuncias y debemos enorgullecernos por tal logro en vez de denigrarlo, celebrar que ello haya sido posible y certificar así que de la mano de Europa vivimos mejor que aislados en una autarquía prisionera de la noche de las sombras.