"Como la soga no se quiebre, en Madrid acabaremos todos"
Estando Luis Carandell y Eduardo Barrenechea en un café de Hinojosa del Duque, "conversamos con unos parroquianos sobre la situación de la comarca. Decían que la gente se marchaba y se mostraban desesperanzados respecto al porvenir del valle. Nos preguntaron si éramos de Madrid, y al decirle nosotros que, aunque no lo éramos, en Madrid vivíamos, uno de los hombres dijo una frase sentenciosa que podía aplicarse a los habitantes de Los Pedroches igual que a los de tantas y tantas otras zonas de la España olvidada: «Le advierto a usted que, como la soga no se quiebre, en Madrid acabaremos todos»". De esto hace más de cincuenta años.
Carandell y Barrenechea ya hablaban de "la España olvidada" en un reportaje que publicaron en 1974 bajo el título de La Andalucía de la sierra (62 páginas), en el número 45 de la colección Los suplementos de la revista Cuadernos para el Diálogo. Hace unos meses Pedro de la Fuente rescató en 17 Pueblos (1, 2 y 3) algunos fragmentos de dicho reportaje y de ahí he seleccionado estos testimonios.
La situación en cuanto a población hace medio siglo era la siguiente: "El descenso de población en la comarca es realmente espectacular. De una densidad por kilómetro cuadrado que se fijaba en 1954 en 32,8 ha quedado reducida al 20,3 en 1970". Actualmente es de 14,12.
"Nos encontramos en Los Pedroches y en toda la Sierra -señalan los autores- con un futuro nada prometedor: por un lado esta tierra es poco apta para los cultivos, en segundo lugar los jornales suben y muchos propietarios que antes hacían cultivar tierras marginales prefieren abandonarlas. Por otra parte, el pastoreo ya no compensa ni al pastor o vaquero ni al dueño. Al pastor o vaquero por la vida sacrificada que debe llevar a cambio de un jornal mínimo. Al dueño porque le trae más cuenta cercar la finca y dejar libre al ganado —al cuidado de un sólo vaquero— o dedicarla a terreno de caza. En cualquier caso es un hecho que las áreas de cultivo se reducen y los rebaños de vacuno o de ovino o las piaras de cerdos merman".
Para intentar paliar esta situación, Los Pedroches fueron por entonces, hace ya medio siglo, una de las comarcas seleccionadas por el IRYDA (Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario) para actuar sobre ella preferentemente, pero los periodistas se muestran escépticos en cuanto a resultados: "Las actuaciones del IRYDA no les van a afectar. O, mejor dicho, puede que sí les afecten, pero en el sentido de que se vea acelerada su emigración, ya que lo que se pretende es, sobre todo, fomentar, por un lado, la ganadería en régimen de estabulación o mediante cercado y, por otro, lograr mayor aprovechamiento cinegético. (...) Pocas dudas caben —y a mí ninguna— de que ello va a precipitar la emigración, pues lo único que podría frenarla sería, por un lado, una nueva estructura de la propiedad —cuestión bastante improbable— y, por otro, la creación de industrias".
Vivimos actualmente una corriente revisionista que, desde una perspectiva ideológica ultraconservadora, anhela el pasado como un lugar deseable al que volver sugiriendo continuamente que los males del mundo rural proceden de la mala praxis de los políticos actuales, que han vaciado el campo de acuerdo con oscuras intenciones que no acaban de definirse. Pero el caso está en que hace cincuenta años, según el testimonio de Carandell y Barrenechea, la situación de territorios como el de Los Pedroches en cuanto a despoblación y abandono de las tareas agrícolas era muy similar a la de hoy.
La situación de precariedad del campo no es un problema que haya surgido ahora de repente por la inacción de los políticos o por la acción de los ecologistas de despacho, sino que constituye un grave problema que se viene arrastrando desde hace décadas y que no tiene una solución mágica ni sencilla, por mucho romanticismo que le pongamos al relato. La gente quiere vivir mejor y se busca la vida, aunque no siempre acierte en sus elecciones.
La emigración del campo a la ciudad aparece ya reflejada en películas como "Surcos" (José Antonio Nieves Conde, 1951).
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