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El gesto de Diego Rodríguez escribiendo una carta al director de El día de Córdoba merece un reconocimiento, por su valentía al denunciar públicamente una situación que considera injusta y por su atrevimiento al citar nombres propios. Estamos tan acostumbrados a los cotilleos de barra de bar, donde a voces y con grandes alharacas se acusan conductas luego ensalzadas en presencia de sus protagonistas, que resulta reconfortante de vez en cuando leer a alguien decidido a dar un paso más allá, donde la crítica ciudadana tiene realmente algún valor, siquiera simbólico. El problema, sin embargo, de su declaración de principios radica en que pretende ver la Semana Santa como un ejercicio de justicia social y de igualitarismo ciudadano, cuando, por su propia esencia, no lo puede ser. Las procesiones pasionistas hoy día no son más que un ejercicio teatral de culturalismo posmoderno, un auto sacramental pagano de inspiración medieval con atrezzo religioso barroco y vocación de gran musical de Broadway. Ello independientemente de las razones que empujen a algunos de sus participantes, entre los cuales quizás unos cuantos vayan movidos por auténticos sentimientos de fe. Son los menos, pues la mayoría, incluso sin saberlo, no hacen más que sumarse al carromato del espectáculo y del gran arte total de la representación operística guiados por unos afectos no del todo bien identificados: la sincera emoción a flor de piel que se siente ante la imagen de un crucificado, con llagas sangrando al mismo ritmo de la sensualidad sublimada que representa una masculina banda de tambores y cornetas, no es distinta a la que embarga a un muy burgués ocupante de su palco escuchando las quejas de amor de Violeta Valery. La procesión de Semana Santa es, así, una marcha triunfal del dolor divino en absoluto ajena a las pasiones humanas: las propias cofradías han representado siempre un reflejo simbólico de la estratificación social de la localidad, muchas veces más aparente que real, y en su voluntad de diferenciación han basado su éxito. Y lo que hoy llamamos "carrera oficial" no es más que la máxima figura de ese decorado doctrinal: el pueblo llano arrastra servilmente sus imágenes dolorosas ante los poderosos que aprueban condescendientes. El lugar que ocupa Serafín Pedraza en ese cortejo le corresponde por derecho: en ese mundo de máscaras y representaciones, nadie, para lo que ahora importa, tiene más poder que él.

2 comentarios :

Anónimo | sábado, abril 22, 2006 6:26:00 p. m.

Pero si ese artículo ( el del Día de Córdoba) y su posterior debate ha sido ya tratado en el foro de Pozoblanco, fue insertado el día 20 de Abril, veáse http://boards2.melodysoft.com/app?ID=forotarugo&msg=36538

Anónimo | sábado, abril 22, 2006 6:40:00 p. m.

ahora si

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