Campaña electoral

Campaña electoral

Los políticos me despiertan un gran respeto y, dentro de la escala valorativa de los diferentes niveles, los que más consideración me merecen son aquellos que se dedican a la política local. Sé que entre ellos los habrá corruptos, interesados, viles, deshonestos y aprovechados, pero no más que en ningún otro sector de la población, no más que en otros ámbitos donde se someta a las personas a semejantes circunstancias, aunque en éste se vea más. La mayoría de los políticos municipales que conozco son como la mayoría de las personas que conozco: inteligentes, afectuosos, trabajadores, inútiles, chabacanos, educados, cultos, iletrados, imbéciles, ingenuos, cariñosos, apasionados, distantes, vagos... y así hasta abarcar todas las categorías. Es decir, nada particular. Los políticos son como somos todos. Es más, ya lo he escrito más de una vez, los políticos somos todos, aunque sólo algunos hayan tenido el valor suficiente para dar ese necesario paso adelante y colocarse en la primera línea de batalla.

Por eso mismo, me parece que estos días de campaña no deben ser un mero trámite engorroso que se desea pase cuanto antes. Los ciudadanos deberían aprovechar las jornadas para hablar con sus concejales, con sus alcaldes, con sus candidatos, y preguntarles cosas sobre el futuro de su pueblo, sobre sus promesas incumplidas y sus proyectos efectivamente realizados. Casi todos nuestros pueblos permiten esta cercanía con el político. Todos nos conocemos, sabemos de quiénes son hijos, cuáles son sus motes y sus profesiones. Hay una proximidad física y afectiva que debería ser una ventaja más que un inconveniente.

La experiencia me dice que hablar directamente con los responsables públicos ofrece, a veces, una perspectiva de los problemas que no siempre habíamos considerado. Leyendo las críticas que habitualmente se escriben (incluidas las que yo firmo en este blog) pareciera que los políticos con responsabilidades de gobierno son personas empeñadas en hacer las cosas mal, que, entre dos opciones, siempre eligen la peor, que buscan perjudicar lo más posible a sus convecinos. Pero un análisis riguroso de este planteamiento tiene que hacernos ver que, obviamente, esto no es así. Sencillamente ocurre que cada circunstancia tiene diversos modos de ser enfrentada y cada uno de ellos supone una exclusión de todos los demás. Contentar a todos es imposible, y eso lo sabe bien cualquiera que haya tenido una mínima responsabilidad en cualquier ámbito, no sólo político, sino también laboral e incluso, diría, familiar.

Nada de esto impide que, llegado el momento, manifestemos vivamente nuestra disconformidad con las actuaciones que consideremos incorrectas y es obligación del político aceptar noblemente los juicios adversos a su gestión como un componente consustancial de su labor. Tampoco el ciudadano que observa críticamente la realidad que le envuelve es un ser empeñado en reclamar siempre la peor opción, en conseguir que su entorno se deteriore lo más posible, en derribar logros y reputaciones, en criticar por criticar. Simplemente, es la expresión de otro modo de ver las cosas, con los mismos errores, quizás, que el planteamiento ofrecido, pero argumentado y sostenido sobre las bases firmes de otro modo de interpretar las cosas y de otra manera de ofrecer soluciones. La dialéctica política no debe plantearse sólo entre representantes de diversas tendencias sino también, y quizás sobre todo, entre los políticos y los ciudadanos de a pie, probablemente no tan mediatizados por los vicios que, inevitablemente, acaban adquiriéndose tras un largo ejercicio gubernativo.

La campaña política para las elecciones municipales ha comenzado y quedan todavía muchos días para que los candidatos se expliquen y los ciudadanos comprendan y decidan. En muchos pueblos todo está ya decidido, en otros aguarda aún la maravillosa emoción de la incertidumbre. Deberían ser días de gran intensidad política en unos pueblos que, como los nuestros, viven habitualmente tan alejados de la auténtica discusión sobre los asuntos públicos. Y cuando el día 27 sepamos quiénes nos van a gobernar durante los próximos cuatro años, surgidos de algo tan fascinante como nuestra propia decisión, ni nosotros ni ellos debemos considerar que ya ha terminado todo. Al contrario, entonces es cuando, en esta mágica rueda de la fortuna, todo comienza de nuevo. Ellos a gobernar con su mejor critrerio, nosotros a asentir o a disentir de sus opciones, en un juego de exigencias que permite que la sociedad avance con la riqueza y pluralidad de tantas formas de pensar tan distintas y, sin embargo, tan conciliables.