Esta noche no es como otras noches
Cruz de San Pedro en Añora, ayer por la tarde [Foto: ver nota al final].
2:30 a.m. A esta hora no debería estar aquí, sentado frente al ordenador. Esta tarea llegaría horas más tarde, sobre las seis de la madrugada, cuando ya se conocen los premios y entonces me dedicaba cada año un buen rato a poner en orden las fotos tomadas durante toda la noche, a escribir una brevísima crónica de urgencia e irme a dormir, ya clareando el día. A esta hora es la hora de andar de cruz en cruz en su segundo recorrido, parándote descuidadamente aquí o allá, acompañando torpemente si alguien se arranca con alguna coplilla, fijándote en detalles que pasan desapercibidos la primera vez, cumpliendo el rito un año más. Es la hora del chocolate y los borrachuelos, de que la ropa comience a oler al humo de las candelas, de sentarse en un viejo banco de madera de espaldas a un cielo, de que el bueyrabón arrastre la pala, de que duelan los pies, de tocar las palmas mientras otras bailan la jota.
Es la hora de que las cruceras de Añora sonrían satisfechas por el trabajo bien hecho en medio de tantos sofocones, porque llegaba el día y estaba todo sin hacer, porque yo ya no puedo más, porque la que quiera que se ponga, porque vamos a ver si lo arreglamos y llega el día y todo se arregla y todo estaba hecho y, en realidad, todas tenían ganas de más. Es la hora de presumir ante el pasmo causado en los visitantes que han acudido por primera vez a contemplar sus creaciones, ya se retiran los forasteros, se van en sus autobuses o en sus coches, tras comerse unas buenas raciones de lechón en ca Polainas y ya queda todo al albedrío de los noriegos. Es la hora de que cada vecino se vaya refugiando en su cruz, de que unas y otras vayan pensando en la distribución de los puntos para el concurso, de acercarse a la mesa tufa si hace frío o quitarse la rebeca si hace calor, aunque por la noche siempre hace frío. Es la hora de abandonarse a la mera contemplación, a sentirse partícipe de un ritual que no sería nada sin el calor de la gente, yendo de acá para allá, haciendo bulto, entregándose a la tradición sin reparos ni cortapisas, contribuyendo a la rutina, a lo mismo de todos los años, a una vez más esto y aquello, las mismas conversaciones, los mismos dichos, repetición sin la cual el ciclo no se renovaría y la vida comunitaria no engrasaría sus bisagras.
Pero esta noche es diferente, como lo son todos estos días de abril y mayo, tan raros. Manolo Barco nos avisa de que la Luna ha recién salido del horno, y parece la misma de siempre, pero no lo es. La fiesta de la Cruz en Añora ha sido suspendida, como todas las fiestas populares de Los Pedroches que se concentran en este fin de semana, la Virgen de Guía, la Divina Pastora, el Domingo de Loreto, Veredas, la Virgen de las Cruces, la del Romero. En toda la comarca hay una sensación como de incredulidad y abatimiento, viviendo lo que nunca se pensó que fuera posible y sin embargo aquí está. Pero la fiesta de la Cruz. Precisamente esta.
El pueblo de Añora no ha querido que su fiesta principal pase en silencio y, como en otros pueblos con las suyas, han imaginado señales que remedien en parte la carencia impuesta. El ayuntamiento animó a vestir cruces en los balcones, ha repartido medio centenar de ellas, y helas ahí, luciendo con más o menos arte en las fachadas de tiras de Añora como símbolos de que esto no se detiene aquí. Falta la suntuosidad y el adorno relumbrante de otros años. No parecen cruces de Añora, pero, sin embargo, forman ya parte también de nuestra historia de la Cruz, porque se han hecho con la misma ilusión, desde la desesperanza, y jalonan un peldaño destacado en esa crónica selectiva que se recordará con el paso del tiempo: el año de la cruz de garbanzos, el año que se fue la luz, el año del coronavirus. Las monumentales cruces de piedra, desnudas, han lucido moteadas de primavera, con macetas de sardinas, de pilistras, de helechos, de cintas, de geranios, en un tímido regreso forzado a lo que eran antes, que a muchos les ha provocado también nostalgia de otro tiempo, y eso es también la noche de la Velá, mirar atrás y recordar lo vivido, aquellas noches junto a la olla del chocolate y el cucharón, tras haber entregado la palma, cuando éramos jóvenes, despreocupados y felices.
Pero resulta importante entender que la fiesta de la Cruz no son solo las cruces, sino todo lo humano que se cuece a su alrededor. No es lo mismo sin gente en las calles gritando y cantando de madrugada, discutiendo un poquito con alguna crucera porque le has insinuado que tal foco no está del todo bien colocado o que parece que se ven unos alfileres allá al fondo (anda, ganso, se van a ver) o que la cruz siempre, siempre está torcida, bebiendo el enésimo chocolate ya meramente por cumplir y sin rechazar una porción de brazo de gitano, mientras se cuenta un año más aquella anécdota que nos hace tanta gracia y ya alumbrados nos arrancamos con el Mayo Mayo Mayo bienvenido seas y de pronto te acuerdas de una ausencia y lloras, pero da igual, porque muchas noches de la Cruz hemos llorado, casi siempre de alegría, también de dolor, y la mayoría de las veces simplemente de pura juventud. Sin gente en las calles no hay recuerdos, ni memoria, ni se cumple el ritual de la desgana y el entusiasmo, ni se anudan para otros pocos meses esos lazos que cada vez se deshilachan más, porque así es la vida oscura y así lo quiere la Luna, tan muchacha allá en las alturas.
Esta noche no es como ninguna noche de la Cruz. La muerte acecha a la puerta y hay que refugiarse ante la invisible amenaza. Habrá quizás este año en Añora cruces por promesa, que pidan una salvación que no llegará, una desesperada súplica de misericordia que está en la base de esta celebración, aunque ya se haya olvidado. Hay silencio en las calles de Añora y esta no es una noche de la Cruz, es otra cosa. La rueda de la fortuna ha saltado una muesca y habrá que aguardar otro año completo para ver si entonces se cumple el ritual o todo ha cambiado en pocos días de tal modo que lo vivido hasta ahora no es ya garantía de experiencia, sino de incertidumbre y temor.
Cruz de Arriba.
Cruz en un balcón.
Cruz de Amargura-consultorio.
Cruz vestida en la puerta de una casa.
Cruz vestida en la entrada de una vivienda.
Cruz vestida en un balcón.
Nota sobre las fotografías: He tomado estas imáginas de varias colecciones de fotos que han circulado por grupos de Whatsapp durante la tarde del sábado. Algunas han sido ligerísimamente editadas por mí. Desconozco quién es su autor/a. Si alguien desea reclamar derechos, su retirada o la indicación de autoría, puede contactar conmigo a través del correo del blog: solienses@gmail.com
4 comentarios :
Así será también en Conquista. Como ocurrirá el próximo día 9 con la romería de San Gregorio, este año queda desnuda la cruz de la calle Mayor en prueba de que la Covid-19 anda suelta. Hacemos votos para que el próximo año las mujeres la vuelvan a adornar, celebrando así la Fiesta de la Cruz de Mayo, cuya tradición, tal vez, no sería bueno que se perdiera en Conquista. Salud.
Que pena me da ver mi pueblo así. Espero que desde las instituciones más cercanas como el ayuntamiento, hasta llegar a las europeas tomen las medidas correctas para volver lo antes posible a la normalidad.
Las muestras de esas cruces de Añora que tú nos regalas son el mejor indicio de la pasión que este pueblo hermano siente por "sus Cruces". Pequeñas obras de arte en espacios reducidos. Incluso nos dan ideas para posteriores celebraciones en las que todo el pueblo amaneciera este día tan señalado adornado con esta variedad de imágenes y de colores. Quizá el año que viene, para resarcirse de tantas penalidades. Y todo esto sin desvirtuar la Gran Fiesta.
Ir pensando lo de las olimpiadas rurales que este año no se van a celebrar de su manera habitual.
Publicar un comentario