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Lo que queda del día

Romeros de la Virgen de Veredas [Fotos: Solienses].

Cuando ayer salí de Añora todavía cientos de personas recorrían las calles visitando las cruces en agradabilísimo paseo a esa hora dorada de la tarde. En el cielo se veían tronando los Eurofighter de Morón de la Frontera sobrevolando Dos Torres, en Villaralto la Divina Pastora abandonaba ya las riberas del Guadamatilla y en Santa Eufemia la Virgen de las Cruces regresaba gozosamente a su pueblo. Tras pasar por Torrecampo vi de pronto un cartel que anunciaba "Santuario" y no pude evitar un volantazo instintivo.


La Romería de la Virgen de Veredas de Torrecampo es una de las más multitudinarias de la comarca. Cuando llego al paraje, poco antes del atardecer, ya los romeros andan recogiendo los restos de lo que ha sido el hogar por un día. Una cadena de coches enfila hacia el pueblo, cumplido el ritual que impone la fe y la tradición,  pero aún resisten muchos otros repartidos por las colinas que desembocan en el Guadamora. El paisaje rompe de belleza en esta frontera entre abril y mayo. Aparco mi coche al final del camino polvoriento y desde allí se divisa una panorámica espectacular. Desciendo a pie serpenteando entre jaras y barbacoas, oliendo restos de carne asada. Un inmenso aparcamiento de vehículos ocupa toda esa ladera y un poco más adelante, siguiendo el carreterín, se accede a las proximidades de la ermita.


Asistimos al final de la jornada. Los feriantes recogen sus lonas, limpian los recipientes de la granizada, empaquetan los peluches sobrantes. Pero hay cierta voluptuosidad que se resiste a ser vencida. A un lado suena música de reguetón y rumbas a todo volumen, inundando de contexto aquellas sierras. A otro, todavía hay cervezas y vino sobre la barra del bar. Grupos de jóvenes encendidos charlan cubata en mano, como preparando lo que está por venir si todo fuera como se desea. El día se acaba y se acerca la angustia fatal de la insatisfacción, si acaso las previsiones no se hubieran saciado adecuadamente. Bajo la aparente tranquilidad de la tarde, late un apetito contrariado que pudiera desatar la tragedia, si fuera Saura el director. La fe viva de esta mañana comienza a convertirse ya en resignación.


Me acerco a la ermita. Un niño tira de la soga de la campana, animado por su madre. En el interior, unos rezan y otros toman imágenes con sus móviles, dos formas de devoción. Detrás de la ermita se aprovechan los últimos rayos del sol. Dos chicas vestidas de flamenca recortan su figura contra las paredes blancas del santuario. Desde el río, se adivina la noche caer y un rato más tarde, cuando me detengo en un tramo de carretera abandonada junto al Guadalmez, aún se escucha un eco triste de sonidos al otro lado de la montaña, donde bullen tantas pasiones y tanto afán por justificarse aún en lo poco que queda del día.


Charlando tras la ermita.

Los feriantes recogiendo sus aparatos.

Ermita de la Virgen de Veredas al atardecer.

Imagen de la Virgen.

Con traje de flamenca.

Los caballistas se retiran.

Aparcamiento en la ladera.

1 comentarios :

Anónimo | miércoles, mayo 04, 2022 1:40:00 p. m.

Muchos critican nuestras romerías diciendo que no son como antes, y es verdad, es que nosotros tampoco somos como los de antes pero cuando acudo a la de mi pueblo me siento bien, no vivo aquí, pero estos días me unen a mi tierra, que tuvimos que dejar, me unen a mis padres y tíos, vivos pero ausentes de este mundo, a mis abuelos... me hacen sentir pertenecer a un sitio. Tienen un valor etnológico importantísimo, vengo y hago lo que hacían mis antepasados, en el mismo sitio, de manera diferente porque nuestra vida es otra, espero que mis hijos no pierdan esta esencia.

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