Muérete tú que me ponga yo
Fragmento de la obra "Alegoría de la vanidad" de Antonio de Pereda (1611-1678).Ando estos días revisando la redacción definitiva de mi comunicación "Dos poetas tardobarrocos de Los Pedroches: Tomás Murillo y Antonio Ortiz de Zúñiga", que se publicará a finales de año en el volumen XXXII de Crónica de Córdoba y sus pueblos, la revista anual de la Asociación Cordobesa de Cronistas Oficiales. Se trata de uno de los artículos más elaborados que he presentado en los últimos años y su composición me ha supuesto una apasionante tarea de búsqueda y rastreo en repertorios bibliográficos, en documentos manuscritos del Archivo Histórico Nacional y en las salas de pliegos impresos de la Biblioteca Nacional. El resultado ha sido bastante satisfactorio, puesto que me ha llevado a encontrar dos poemas de Tomás Murillo y diez de Ortiz de Zúñiga (algunos de ellos inéditos hasta el momento y dos en latín), completando, en principio, toda la (escasa) obra poética de estos dos autores naturales de Belalcázar.
Entre los poemas de Ortiz de Zúñiga me ha llamado la atención uno que he titulado "Romance burlesco al Obispo de Ciudad Rodrigo", donde el que fuera ayo del duque de Béjar reclama al prelado la concesión de un cargo eclesiástico prometido hace tiempo, a la vez que le reprocha este olvido y los perjuicios de reputación que pudieran suponerle la ausencia de tal beneficio, a lo que el obispo habría contestado que no había en aquel momento ningún oficio eclesiástico libre. Lo más llamativo está en las últimas estrofas, cuando el poeta se lamenta de que “curas, beneficiados, canónigos, racioneros” vivan tanto tiempo y no dejen sus plazas vacantes para que puedan serle adjudicadas a él, llegando a hablar de "la pesada epidemia de tantos viejos" que "han sobornado a las Parcas". En fin, no se trata ya solo de denunciar el apego al cargo que suelen manifestar los humanos, por pequeño que sea el cargo, sino el aferramiento a la propia vida. A ver si se muere ya alguno, para que me den a mí su puesto, viene a decir Ortiz en su perorata satírica. Porque la reflexión lírica no responde aquí a una sesuda disquisición de carácter filosófico, sino a una finalidad más práctica: muérete tú que me ponga yo.
Reproduzco algunos versos de este romance sarcástico, escrito a finales del siglo XVII, pero tan vigente hoy como ayer.
Gran mal, señor, nos sucede
con individuos tan tercos,
que ni mueren, ni renuncian
el pacto de ser perpetuos.
Está todo un Duque de Alba
(quando en todo basta el medio)
deseando la vacante,
de este mal, de que adolezco;
¿Y curas, beneficiados,
canónigos, racioneros,
en su duración muy vanos,
se han de estar tiessos que tiessos?
¿No hay un morir cortesano
o un fallezer de respeto,
zenotaphio y no sepulcro,
que es ir por su pie al entierro?
Que estos licenciados vivan
mil siglos es santo y bueno,
mas vivir toda la vida
es de lo que yo me muero.
Con ellos viven dos horas
las cornejas y los ciervos;
los cuervos quedan en blanco
en la edad como en el pelo.
La fortuna en el indigno,
la elevación en el necio
(siendo cosa tan antigua)
aun no es tan vieja como ellos.
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