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S.O.S. Eucaliptos


Eucaliptos a la entrada de Pozoblanco por la carretera de Villaharta (Foto: Plaza Pública)

El eucalipto es un árbol con mala fama y, sin embargo, aunque a otro nivel, a los habitantes de Los Pedroches debe sernos tan familiar como la encina y el olivo. Podemos afirmar que hasta hace pocos años en todos nuestros pueblos había eucaliptos y que muchos de ellos formaban parte del paisaje más entrañable de nuestra memoria y eran cómplices y confidentes de nuestra cotidianeidad. Paseos a la entrada de los pueblos (al borde de la carretera, para su infortunio) poblados de eucaliptos eran lo habitual en casi todas las localidades de la comarca hasta que una fiebre rápidamente extendida, fundamentalmente en los años ochenta, acabó paulatinamente con todos ellos, y las secuelas de la enfermedad, que no se agotan, van ahora poco a poco eliminando los rastros olvidados que habían subsistido aquí y allá. Las razones de esta deforestación auspiciada por las autoridades nunca estuvieron claras del todo y me temo que hoy no resistirían con empuje un análisis ni siquiera muy riguroso.

No importa ahora cómo llegaron aquí estos árboles extraños, lo cierto es que su toque de exotismo era tan imprescindible como el de las grandes palmeras que, sin que sepamos tampoco muy bien por qué, se asoman altas en el perfil antiguo de algunos lugares de cada pueblo.

Ahora sabemos que los eucaliptos de la entrada a Pozoblanco por la carretera de Villaharta corren un serio peligro de ser arrancados y angustia aceptar que la resignación ante lo inevitable sea la única opción que nos queda. Los eucaliptos del hospital de Pozoblanco, que eran los de la vieja estación de ferrocarril, y el de El Ventorro en Dos Torres han sido destruidos hace unos días, sin previo aviso y sin que pudiéramos hacer nada por ellos. Pero éstos están aún en pie, todavía hay una posibilidad, por remota que sea, de protegerlos. No es un capricho nostálgico de ociosos sin otra preocupación, sino una necesidad de supervivencia ante el futuro, una obligación de sentir que no todo se desmorona a nuestro alrededor.


Eucaliptos a la entrada de Añora por la carretera de Dos Torres, desaparecidos.


Eucaliptos a la entrada de Dos Torres por la carretera de Añora, desparecidos. (Foto: Catálogo de la exposición "Nuestra memoria en blanco y negro II")


Eucaliptos en la vieja estación del ferrocarril de Pozoblanco, hoy hospital, desaparecidos.


Impresionante paseo de eucaliptos a la entrada de Villanueva del Duque desde Alcaracejos, desaparecido.



Memoria de las estaciones

Viejos eucaliptos, decidme,
qué manos os plantaron
en la tierra
clavando en ella
ojos ancestrales.
De las trémulas ramas,
por brisa breve,
a los anchos troncos y altísimas copas
de aves pobladas, decidme,
qué soles os iluminaban
al rumor
de las corrientes aguas.
Qué lunas azules os velaban;
mecían
vuestros sueños otoñales.
En tanto que este tiempo
viene a sacarme de la duda
un día,
escuchad
el canto a la memoria vuestra.
Desde la ermita advertí
la sombra
de las nubes coloradas.
Ante los ojos míos,
desde las altísimas copas
a la tierra bajaba,
apagando, un instante,
la luz de la tarde.
Detrás el tren, los dos perdiéndose
bajo el puente del noreste.
El tren de mercancías
serpeaba
entre huertas y encinares.
Los eucaliptos de la estación lejos.
Lejos la ermita de San Antonio y
Santa Marta.
Lejos el pueblo.
Lejos la niña que miraba.

(Rafaela Redondo Fernández, del libro Memoria de las estaciones, 2005)

2 comentarios :

Anónimo | viernes, septiembre 07, 2007 7:44:00 p. m.

[...]
"Esas hojas, los pájaros, las nubes,
las palabras dispersas y los ríos,
nos llenan de inquietud súbitamente
y de desesperanza".

Ángel González
(Lecciones de cosas y otros poemas)

Anónimo | sábado, septiembre 08, 2007 10:51:00 a. m.

En la puerta de la fábrica de Los Muñones había unos ejemplares de eucaliptos muy viejos, que se llenaban de pájaros en la primavera y los chiquillos, con los tirachinas noa gozábamos alevosamente tirándolos al suelo y las muchachas recogían del suelo la semillas y se hacían largos collares que lucían colgados de sus gargantas.

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