El grupo de visitantes observa la estampa del Castillo de Belalcázar.
A las diez y media de la mañana, con una puntualidad desacostumbrada, nos reunimos en la Plaza de la Constitución de Belalcázar todos los que habían respondido a este primer viaje cultural organizado por la
Coordinadora de Páginas Web de Los Pedroches y que se iba a realizar de la mano de la
Asociación Amigos de Belalcázar, villa de monumentos. Tras los saludos y el recuento (unas cuarenta personas), iniciamos un recorrido que tuvo su primera parada en el edificio del Ayuntamiento, recientemente restaurado. Agradó ver, además de su severa fachada decimonónica de granito, la también granítica escalera ondulada que desde el vestíbulo asciende al piso superior. Después acudimos al antiguo hospital de San Antonio, hoy hogar de jubilados, ejemplo de cómo edificios artísticos que han perdido su funcionalidad originaria pueden reconvertirse en otros usos que, sin desmerecer su primitiva dedicación, respondan a las necesidades actuales y permitan, a la vez, una conservación monumental muy difícil de otro modo. Más tarde nos desplazamos a la Iglesia parroquial de Santiago el Mayor, tan colosal como desangelada. Jorge y Bollu nos contaron las historias de sus campanas y de su falsa bóveda. A mí, de su interior me llamó especialmente la atención las labradas portadas que enmarcan algunas de sus capillas y de su exterior las casas de vecinos que se acercan temerariamente al templo y que le restan perspectiva. En un jardincillo que se encuentra en un costado de la iglesia contemplamos el busto de hierro erigido a Sebastián de Belalcázar, conquistador y fundador de varias ciudades en América. Después, cada cual en sus respectivos coches, nos dirigimos a uno de los momentos centrales de la jornada: la visita al Convento de Santa Clara de la Columna.
No es ahora el momento de describir las magnificencias artísticas de este monasterio. Tan sólo apuntar que su sola visita justifica un viaje a Belalcázar. Tras admirar la portada de la iglesia y su escultórico tímpano, sentados todos en los bancos, Luis Delgado nos explicó las características del templo y luego, pasando por una pequeñísima puerta que obligaba a una reverencia exigida por tanta maravilla como aguarda al otro lado, entramos en el claustro, joya arquitectónica tanto tiempo oculta: dos pisos de galerías abiertas cubiertos con vistosos artesonados. Muy hermosas las labores góticas de los pretiles del segundo piso. También visitamos la sala capitular y el refectorio, cuyos techos artesonados han sido recientemente limpiados y deben mostrar una luminosidad que no pudimos disfrutar del todo debido a un inoportuno corte de electricidad.
Desde allí, de nuevo en los coches, nos trasladamos hasta el Pilar, desde donde se disfruta de una espectacular vista general sobre el Castillo. Disgusta contemplar el abandono en que se encuentra esta fuente, su abrevadero y todo el entorno. Y qué decir ya de los accesos al Castillo: su pedregoso camino no es más que una muestra más de la dejadez en que el ayuntamiento tiene la promoción turística y el desarrollo cultural de su pueblo. Luis Delgado y su esposa, propietarios de aquellos terrenos y del propio monumento, nos acompañaron hasta la fortaleza, que rodeamos escuchando sus comentarios y reflexiones. Luis nos contó cómo el castillo había llegado a ser propiedad de su familia a partir de su bisabuelo, que lo obtuvo a mediados del siglo XIX como pago a una deuda. Nos mostró algunos secretos, como el modo de ver el balcón del homenaje a través de uno de los huecos que jalonan los muros. Detalló los elementos heráldicos de los blasones señoriales, tan abundantes, de los Zúñiga y Sotomayor. Se lamentó del estado en que se encuentra el castillo, indicó sus esfuerzos por afrontar los arreglos urgentes que eviten males mayores... Pero cuando uno se va de allí, le queda en el corazón como una congoja de sentir que una vez más se abandona, se da la espalda, a una joya que, desamparada como está a su suerte, tiene un futuro muy muy incierto.
La siguiente estación de penitencia fue en el Convento de los Cinco Mártires de Marruecos, en el Marrubial. Sobre él
hablaré en otro momento y otro lugar. Serían demasiadas dagas para un solo día.
Ya habiendo superado con creces la hora en que estaba previsto el fin del recorrido, visitamos el puente ¿romano? sobre el arroyo Caganchas (el que está dentro de la población), algunas fachadas señoriales, como la de la casa de Corpus Barga y la llamada Casa de los Escudos, el Pósito (tenido, a mi parecer muy infundadamente, por antigua sinagoga) y la ermita de San Sebastián, objeto también recientemente de restauración.
Un aperitivo final de confraternización entre todos los asistentes sirvió para mostrar la general satisfacción por la intensa jornada vivida y los deseos de que próximamente se repita en otra localidad. En ello estamos.
En la Plaza de la Constitución frente al Ayuntamiento y con la Iglesia de Santiago al fondo.
Atendiendo las explicaciones de Jorge sobre Sebastián de Belalcázar, frente a su estatua.
El grupo contemplando la fachada de la Iglesia del Convento de Santa Clara.
En el Pósito.
Y para terminar, un aperitivo.
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