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La ermita de la santa



A unos seis kilómetros al este de Santa Eufemia, en el impresionante paraje conocido como El Donadío, a un centenar de metros del cauce del río Guadalmez, que es frontera entre las provincias de Córdoba y Ciudad Real, se levanta la ermita de Santa Eufemia mártir, patrona epónima de la localidad.

A pesar de estar bien señalizado, llegar a la ermita no es fácil para el forastero, pues con frecuencia uno tiene la sensación de estar introduciéndose en fincas privadas. Hay portones que amenazan con cerrar el humildísimo camino de tierra que conduce a la ermita, pero si se vencen los temores se obtiene la recompensa de llegar a un lugar mágico aún en estado cercano a la pureza (aunque no del todo incontaminado: es el tributo que hay que pagar a esa obsesión actual por que las fiestas rurales se celebren también bajo techo).

La ermita es una rara avis en el panorama actual de la arquitectura tradicional. Sólo he podido verla por fuera, pero todo parece indicar que -salvo el pórtico, evidentemente un añadido- su estado general invita a soñar con que en cualquier momento puede salir de ella Alfonso VIII tras firmar cualquier concesión a la Orden de Calatrava. Es de una rusticidad exquisita y conserva aún formas tan auténticas que visitarla todavía es un privilegio del que no sabemos cuánto tiempo se podrá disfrutar. Intervenir en edificios como éste sin unas manos expertas y sensibles que dirijan el proyecto debería estar castigado con el destierro. Paseando por el lugar, observando las ancestrales estructuras arquitectónicas del edificio y recorriendo circularmente los contornos paisajísticos de tan feraz valle, uno comprende que hay hitos en nuestra historia que deben mantenerse para que nos podamos explicar por qué muchas cosas son como son.

Dicen que los ciclópeos sillares de granito que rodean la ermita proceden de un edificio romano que se halló en las proximidades, probablemente un templo, dada la naturaleza del lugar. Allí se encontró también la unica lápida funeraria de una soliense hallada hasta el momento, si hemos de creer a Stylow en su interpretación. La estela se conserva -pienso que muy inapropiadamente- en un muro lateral de la ermita, expuesta a la erosión y al bandidaje. Tales testimonios, hallados meramente en superficie, documentan una colonización antigua del solar, que merecería quizás, cuando todavía estamos a tiempo, algun tipo de protección histórica, artística y ambiental, antes de que algún regidor considere que tan vetusto edificio merece lo que ahora se llama una "restauración".

El próximo domingo, los hermanos y devotos llevarán a hombros la imagen de la santa desde el pueblo hasta su ermita, entre el tronar continuado de los tambores, cumpliendo así una antigua tradición. Por la tarde hay rituales revoloteos de banderas y al atardecer la patrona regresa de nuevo a la población, saliendo a su encuentro la imagen de San Blas, que mantiene con ella un sencillo diálogo. El ruido de los tambores se mezcla entonces con los disparos de escopetas de los vecinos y todos contemplan el estruendo con la paz de la continuidad, con el alivio satisfecho de comprobar que gira aún la rueda invisible de la vida. Y también la de la muerte, porque cuentan que en El Donadío, cuando cae la noche y los calabreses descansan de una jornada de intensa diversión, se ven las sombras de 33 soldados y un capitán que, en épocas de la llamada Reconquista, se reunieron en aquel lugar para gestar la victoria cristiana y que, atrapados en la historia, de nuevo se preparan cada noche del domingo de Resurrección para intentar el asalto final a la villa.






Diferentes vistas de la ermita de Santa Eufemia.

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