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Propiedad

Cerro del Cuerno/6

La reclamación y venta por parte del Estado de los montes comunales de Santa Eufemia, cuya propiedad sin embargo reivindica el municipio, nos retrotrae a épocas pasadas donde la lucha por las propiedades comunales y de propios fue constante en nuestra comarca. Durante toda la Edad Moderna la historia de Los Pedroches está llena de pleitos y litigios tanto contra la Corona como contra los poseedores de los señoríos en busca de una defensa de sus propiedades comunales, que con frecuencia fueron usurpadas por los condes de Belalcázar y Santa Eufemia, o, sencillamente, fueron arrebatadas arbitrariamente por disposiciones reales. Curiosamente, en muchas ocasiones, como ahora, los argumentos de quienes reclaman para sí unas propiedades que siempre han pertenecido a los pueblos se basan en la ausencia de títulos de propiedad legalmente autorizados, lo que obligará, en un hermoso ejemplo de autoridad de la Historia, a bucear en los archivos para encontrar documentos que acrediten lo que los antiguos llamaban el "uso inmemorial" de la tierra, buscando en el derecho consuetudinario una razón y un fundamento de propiedad.
Una confusión sobre el concepto de propiedad motiva también que se haya puesto a la venta el convento de las Concepcionistas de Pedroche, que data del siglo XVI. La cuestión es ahora especialmente dolorosa, pues los edificios religiosos no tienen solamente un valor material, ni siquiera sólo artístico, sino sobre todo el valor espiritual que les han otorgado a través de los siglos los habitantes del pueblo. Muchos de esos edificios, conformadores de la identidad local, se han construido y mantenido con aportaciones económicas populares, no sólo a través de mandas y testamentarías, sino con frecuencia de limosnas no siempre sobrantes, por lo que moralmente, una vez que estos edificios han dejado de ser necesarios para la finalidad con la que fueron construidos, y dado su alto valor simbólico y representativo, deberían restituirse al pueblo para ser motivo de una dedicación que, sin atentar a la antigua condición sagrada del lugar, respondiera a las nuevas necesidades espirituales e intelectuales de la población. Considerar un edificio religioso objeto de transacción mercantil con fines lucrativos se antoja, cuando menos, poco respetuoso con las creencias y sentimientos de las personas que durante siglos han depositado en él su fe y su esperanza y confirma la idea de un mundo cada vez más material e interesado, donde todo se vende, donde todo se compra.
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Mundo rural

Hay un hermoso artículo de Juan Bosco Castilla en Los Pedroches Información de esta semana. Se titula "Los Olivos" y lo reproduzco aquí porque los enlaces con la página virtual del periódico cambian semanalmente:

EN un domingo de noviembre, mientras las nubes que bajan de las Mesas la Canaleja a la Era Grande dejan caer sobre nosotros una lluvia vaporosa, mi padre me cuenta que mi abuelo y su familia vivieron de los pocos cientos de olivos que tenemos ante nosotros y de dar jornales talando, desvaretando o arando olivos ajenos. Mi abuelo dejó aquellas tierras cuando se casó para poner una taberna, pero siempre guardó hacia ellas un amor agradecido que quiso transmitirnos a nosotros. Un día al año, con la excusa de coger las aceitunas del verdeo, nos llevaba a toda su familia a la sierra y él, incluso cuando ya casi no podía andar por su casa, se perdía de nosotros y se iba por las antiguas veredas de herradura o incluso a campo traviesa, como imbuido de una fuerza sobrenatural, a ver entera la quebrada tierra en la que había crecido y se había hecho un hombre. La de mi abuelo ni ha sido ni es una historia insólita. A día de hoy muchos hombres y mujeres viven de la sierra, donde la tierra es pobre, donde el suelo es casi vertical, donde hay unos olivos escuálidos plantados hace sólo unos 150 años en lo que fue una epopeya enorme que todavía está por escribir. Y, sin embargo, ahora que van a reformar la OCM del aceite, no oigo a la Junta de Andalucía, ni a los partidos políticos, ni a las organizaciones agrarias, ni en la prensa hablar de estos olivos pobres y de pobres, sino de los otros olivos, y entonces pienso que es como poner el grito en el cielo porque le quitan la beca a un estudiante listo y con posibles que la ha tenido desde siempre para dársela a un estudiante pobre, quizá no muy listo, pero voluntarioso. Tanto silencio molesta: la injusticia no es tanto por el dinero –que también- como por el olvido.


Hoy mismo aparece también en El día de Córdoba un artículo de Joaquín Pérez Azaústre sobre Luis Mateo Díez, a propósito del encuentro sobre el mundo rural celebrado en Añora hace unos días.
Y, sin embargo, alerto de que es necesario ser muy cuidadoso con una excesiva reivindicación del mundo rural antiguo. Quizás ahora, desde la memoria, el tiempo aparece limpio y acogedor, desprendido de todas las miserias que acompañaban a una vida dura y seca que no siempre merecía la pena ser vivida. La vida en el campo hace cuarenta o cincuenta años distaba mucho, en ciertas ocasiones, de lo que algunos escritores de la evocación nos presentan en sus nostalgias edulcoradas. Allí había enfermedades incurables que hoy sanan con un jarabe, mujeres encarceladas de por vida en una cadena de lutos y sometimientos, costumbres ancestrales que asfixiaban cualquier anhelo de libertad, trabajos en el campo inacabables en su rutina de condena mitológica, incultura vestida de sabiduría natural, analfabetismo orgulloso, humillación ante el poderoso...
Vista desde hoy, en este mundo delirante de despropósitos, corremos el riesgo de considerar apetecible aquella vida, simple en su naturalidad, confortable en su simpleza. Corremos el riesgo de transmitir una imagen falsa de lo que realmente fue. Y yo, que amo el estudio de las costumbres, las fiestas y los ritos tradicionales, no los deseo a toda costa para los que han de venir, pues, confiando en la bondad del progreso humano, espero para el futuro un mundo mejor, con todas las maldades inherentes al hombre, pero experimentando errores nuevos y no pasados.
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Nuevo rostro

Tras algún tiempo elaborándola, hoy presento esta nueva apariencia de mi bitácora. En realidad, mi cuaderno es uno de esos en los que importa más el contenido que la forma (la cual, realmente, nunca podrá ser muy sofisticada, dados mis elementales conocimientos al respecto), pero me apetecía que se asemejara más a otras weblogs que suelo leer de vez en cuando y a las cuales, sin duda, les debo mucho. Próximamente, según el tiempo que vaya teniendo y si a las ganas y a la inspiración les apetece, añadiré algunas novedades que tengo en mente.
Solienses ha cumplido ya cuatro meses y, por tanto, se encuentra en esa etapa crítica en la que un alto porcentaje de bitácoras comienzan a ser abandonadas por sus autores, cansados ya de la novedad y aburridos quizás de la exigente obligación de tener que escribir periódicamente. Lo cierto es que el tema que me impuse en ésta limita bastante mis posibles ganas de escribir, pues no siempre hay algún asunto de interés cultural en Los Pedroches sobre el que reflexionar. Aun así, y por si nadie más lo hace, yo mismo desearé larga vida a esta página.
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Patrimonio inmaterial

La Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en su 32ª reunión, celebrada en París del veintinueve de septiembre al diecisiete de octubre de 2003, ha aprobado la CONVENCIÓN PARA LA SALVAGUARDIA DEL PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL. Se entiende por patrimonio cultural inmaterial -según esta convención- "los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural", e incluye tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo del patrimonio cultural inmaterial [sobre la oralidad primaria, carente de escritura, véase este artículo de Juan Goytisolo]; artes del espectáculo; usos sociales, rituales y actos festivos; conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo; y técnicas artesanales tradicionales.
En mi conferencia en la Jornadas "La Villa de Añora: Pasado, presente y futuro en su 450º aniversario", celebradas en Añora en mayo de este año, me referí a este concepto a partir de un artículo que Javier Pérez de Cuéllar, exsecretario general de la ONU y actual embajador de Perú ante la Unesco, había publicado en el diario El País con el título “Defensa de lo inmaterial”, en el que llamaba la atención sobre la necesidad que hay de presevar el patrimonio histórico artístico de los pueblos no tangible, el no material, el que se transmite por tradición oral, hábitos comunitarios, herencias artísticas o técnicas ancestrales, “que como las aguas de un río subterráneo discurren de padres a hijos, de abuelos a nietos, de una generación a otra”. He aquí un fragmento de mi intervención:

En general, hay en los pueblos desarrollada cierta conciencia cívica hacia la conservación de lo monumental, de lo escrito, de lo artístico tangible, pero sin embargo no está tan desarrollada la necesidad de conservar también un patrimonio valiosísimo y muy frágil que no puede conservarse sino tal cual es, sin readaptaciones ni reutilizaciones (tal como un castillo o un palacio medieval se reconvierten en casas de cultura o museos). Hablamos de la lengua, de la música popular, de los bailes rituales, de la artesanía, de la medicina tradicional, farmacopea, artes culinarias, métodos y sistemas agrícolas, técnicas de construcción de viviendas, y, por supuesto, fiestas y tradiciones populares, de las que especialmente hemos hablado hoy. “Se trata de un patrimonio cultural en extremo vulnerable que es preciso conservar con celo. Tanto más cuando en el contexto de la mundialización nos debatimos entre la tentación de un modelo cultural único y la posibilidad de reforzar y desarrollar el tesoro inmenso de nuestra diversidad”. Estas palabras de Pérez de Cuéllar son de plena aplicación también a nuestro pueblo, a nuestra comarca. Con frecuencia apreciamos como por un lado se intenta desarrollar en nuestros pueblos el turismo rural ofertandolos como un territorio que ha sabido conservar lo más genuino de sus tradiciones, pero por otro lado asistimos a actuaciones de la mano muchas veces de los propios poderes públicos que precisamente contribuyen grandemente a todo lo contrario, a desproveer a nuestros ritos y tradiciones de lo que les es más propio, de su auténtica esencia, a costa de hacerlos más “generales”, diriamos “globalizados”, a fin de que resulten más atractivos para mucha gente que cuando acude a ver algo típico de un pueblo no espera sino encontrar la imagen previa de tipicidad que de ello trae en su mente.


Se trata de un concepto de patrimonio que cada vez es objeto de mayor atención, no sólo por parte de instituciones como la UNESCO, sino también de organizaciones privadas como la ONG ICOMOS. Ahora sólo hace falta que se añada el desarrollo de una conciencia de salvaguardia a nivel comarcal y local y, sobre todo y lo más importante, a nivel personal, si queremos que todos estos elementos conformadores de nuestra auténtica personalidad sigan dotándonos de pasado y de futuro.
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Política

Cerro del Cuerno/5

Me comenta un amigo que si los padres de los alumnos del Conservatorio de Pozoblanco se hubieran encerrado en la Delegación de Educación, ya tendrían el grado medio que se reclama. Alude a la falta de espíritu reivindicativo que al parecer nos caracteriza y que sólo sale a relucir en contadísimas ocasiones. La mayoría de las veces hay una aceptación fatalista de las decisiones lesivas para nuestros intereses comarcales, achacando su imposición a instancias ajenas a nosotros mismos contra las que poco cabe rebelarse.
Considero, sin embargo, que la mayor parte de la culpa de la situación de retraso y abandono que sufre la comarca la tienen, en primer término, los políticos comarcales. En ellos delegamos los ciudadanos y ellos son los responsables de atender nuestras reivindicaciones, sin que debamos sentirnos obligados a cada momento a manifestarnos tumultuariamente dando lugar a unos modos asamblearios que ya no serían totalmente representativos ni acaso democráticos. Y no veo que nuestros políticos estén dando la cara con firmeza en defensa de nuestros intereses comarcales.
En general, parece que hay reticencias a entrar en conflicto con las instituciones gobernadas por los partidos a los que cada uno pertenece, bien por agradecimiento a cargos recientemente recibidos, bien en previsión de futuros puestos en esferas más altas que las actuales, bien por un excesivo acomodo en el sillón de la alcaldía durante demasiados años. El ascenso en el escalafón de la política se convierte así en un amortiguador de reivindicaciones problemáticas, produciéndose una inversión de la auténtica función política difícil de comprender desde fuera.
A nivel local, la política no se entiende si no es reivindicativa y beligerante con el superior. Las necesidades de una zona secularmente atrasada como la nuestra nunca estarán cubiertas con planteamientos conformistas y conservadores, que son los que practican en la actualidad la mayoría de los políticos comarcales. Ello nos hace dudar de la fuerza e influencia que poseen en el seno de sus respectivas formaciones políticas, que raramente atienden las peticiones comprometidas que hipotéticamente les hacen, y alimenta la incertidumbre sobre la eficaz resolución de ciertos graves problemas que la comarca tiene planteados y en los que, quizás, le va su futuro.
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La reivindicación de un clásico

Viene apreciándose en los ultimos tiempos una feliz recuperación editorial de la obra de Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna, Corpus Barga, que va unida a un creciente interés por su persona. El año pasado se reeditó su monumental autobiografía Los pasos contados (Visor/Comunidad de Madrid), a la que ya me referí en otro comentario, y este año aparece Viajes por Italia (Renacimiento), una colección de artículos periodísticos "modélicos, cultos, repletos de inteligencia, penetración y sabiduría, concisos y bienn escritos", en opinión de Rafael Conte, resultado de sus viajes a Italia entre 1920 y 1935. En 2002 se publicó otra colección de artículos bajo el título de Paseos por Madrid (Alianza Editorial), en los que describe, según la nota editorial, "desde perspectivas inéditas, calles y plazas tantas veces recorridas, y va dejando constancia de los cambios que observa, sin dejar de criticar aspectos de sorprendente perennidad".
En 2001 Isabel del Álamo Triana publicó una completa biografía bajo el título Corpus Barga, el cronista de su siglo (Universidad de Alicante), en la que aporta documentos inéditos hasta la fecha. Reproduzco a continuación un fragmento del capítulo primero que se refiere a la estancia del autor en Belalcázar:

Su familia comenzó a alarmarse por el comportamiento radical del joven y por su simpatía con el movimiento anarquista. Corpus era, como muchos otros jóvenes escritores de los que surgieron aquellos años en la prensa madrileña, un dinamitante de la sociedad española. Para su familia, esta actitud fue muy difícil de soportar, pues iba frontalmente en contra de sus principios más arraigados.


Por ello, decidieron enviarle una temporada al pueblo en el que se encontraba su casa solariega, Belalcázar, situado “en la zona norte de la provincia de Córdoba, dentro de la comarca conocida popularmente como Valle de los Pedroches y limitando con Extremadura”. En este pueblo de la Andalucía de principios de siglo, que vivía fundamentalmente de la ganadería -un mundo de terratenientes, pastores y en el que su familia poseía algunos latifundios-, tomó notas para la redacción de la que sería su siguiente novela: La vida rota.


     
Corpus Barga nunca dejó de amar estas tierras cordobesas. Al pueblo de su familia, Belalcázar, viajaría en numerosas ocasiones a lo largo de toda su vida. Desde que era un muchacho hasta que fue un anciano. Corpus Barga necesitaba volver allí. Con todo lo cosmopolita que fue, Belalcázar siempre estuvo presente en su vida y le faltaba tiempo para ir a reencontrase con su pasado en aquellas tierras andaluzas.


     
El pueblo, en estos años de principios de siglo XX, representaba para el joven Corpus, ácrata y rebelde, recién despierto a una conciencia social, el atraso con respecto a Madrid, un lugar que no se había transformado, que no había cambiado. Sin embargo, al mismo tiempo, equivalía a un mundo de autenticidad que siempre valoró y necesitó. A pesar de ese atraso real en que el pueblo se encontraba con respecto a la capital, Corpus apreció lo que había de bueno en ese mundo. Además, le sirvió también para abrir los ojos a la realidad social de los campesinos y ganaderos de aquellas tierras, de su mundo, frente al del señorito burgués que venía que era casi el amo de todo el pueblo.


     
Este sentimiento de admiración y cariño por Belalcázar lo transmitió, a su vez, a su mujer y sus hijos, que apreciaron también la belleza de aquellas tierras, la hermosura que se desprendía de la rudeza, como recordaría Rafaela, la hija de Corpus, muchos años más tarde:


"Mi padre y su hermana Lala eran grandes jinetes, sobre todo ella, y Andrés y yo heredamos ese gran placer, montábamos a menudo a pelo, a cabalgar como salvajes en esos campos secos comparados con los franceses y que al atardecer se volvían violeta, a la hora en que las mozas iban con su cántaro en la cabeza o cadera, dependía de la habilidad de buscar agua al pozo y que los mozos las acechaban".


     
En el retiro de la Casa Grande, la familia esperaba que Corpus reaccionara y rectificara su rebelde actitud. Sin embargo, nada podía hacerle ya cambiar. Su vida se había decidido y determinado quizás ya en este momento.


     
Tras una temporada en Belalcázar, decidió escaparse de España. Se embarcó en Lisboa en un paquebote bordelés llamado “Magellan”, de las Mensajerías Marítimas francesas. Tras algunas escalas en Dakar, Río de Janeiro y Montevideo, llegó a su destino: Buenos Aires.



Por lo demás, en Internet pueden encontrarse dispersos por aquí y por allá algunos de sus artículos. Me ha resultado emocionante su crónica sobre el II Congreso Internacional de Escritores celebrado en Valencia en 1937.
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Ego

Hoy podría hablar del convento de Pedroche, de si se vende o no se vende; o de las próximas Jornadas de Otoño de la UIMP en Pozoblanco; o de una inquietante carta al director en Los Pedroches Información de esta semana; o de cómo andará el mundo de la política que declarar una elemental obviedad se convierte en motivo de elogio (uno y dos); o de que me parecen equivocados los intentos por cambiar la sede de la Mancomunidad; o de un pésimo libro sobre Los Pedroches que estoy, ay, leyendo; o sobre la crítica a la obra de Corpus Barga que apareció en el Babelia del pasado sábado; o del maravilloso paisaje que se contempla por la carretera entre Villanueva de Córdoba y Cardeña; o del museo que se quiere hacer en Dos Torres; o del ninguneo a los alcaldes de la comarca en el asunto de La Colada. Hoy podría, en fin, hablar de muchas cosas. Pero hoy es uno de esos días en los que no me apetece hablar más que de mí mismo.
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Fin de semana con eclipse

Éste ha sido un fin de semana intenso en Añora, en lo cultural y en lo festivo. En lo cultural, el viernes por la noche se celebró en la Casa de la Cultura un coloquio sobre la memoria y el mundo rural en el que participaron los escritores leoneses Julio Llamazares y Luis Mateo Díez. A decir del público asistente, resultó muy interesante escuchar la opinión de estos dos autores sobre la desaparición de los modos de vida auténticamente rurales, homogeneizados ahora con los urbanos gracias, fundamentalmente, a los avances tecnológicos y a los medios de comunicación. Se habló de la imposición de las nuevas costumbres del imperio, y a propósito de ello un amigo me contó luego, con comprensible indignación, que la pasada noche de Todos los Santos unos niños llegaron a su puerta pidiendo caramelos (¿dirían "trato o truco", como en las películas?). Ello ocurre mientras, por ejemplo, ya nadie sale a cantar villancicos la Nochebuena. En lo literario, en fin, parece que hubo acuerdo en que no existe una "poesía rural", sino una buena o mala poesía.
El sábado por la tarde se clausuró el IX Curso sobre prehistoria de la provincia de Córdoba, organizado por la UCO, que en esta ocasión ha estado dedicado a Añora. Sorprende esta dedicación, pues los estudios sobre prehistoria en este pueblo, como en general, en toda la comarca -ayuna como está de excavaciones arqueológicas-, son mínimos, y me temo que el curso habrá colaborado poco a descubrir algo nuevo. Baste reseñar que la conferencia de clausura versó sobre la formación del museo arqueológico municipal de... ¡Doña Mencía!. Un responsable del Centro de Iniciativas Turísticas de Los Pedroches animó después a los asistentes a poner en valor sus cortijos para ofertarlos como alternativas de turismo rural. Como lo oyen.
El sábado se celebraba también la festividad de San Martín, patrón de Añora (aunque su fecha exacta es el 11 de noviembre). Ya de noche se trasladó al santo desde la ermita de la Virgen de la Peña a la parroquia. La procesión resultó ser todo un encanto: entre la relativamente poca gente que asistía, la oscuridad de las calles y los sones con mejor intención que resultados de la banda local, parecíamos haber dado un salto en el tiempo y en el espacio y habernos trasladado a cuando los usos rurales todavía eran distintos, muy distintos, de los urbanos. Era curioso, pero a pesar de las sensaciones encontradas, todo se manifestaba auténtico y veraz.
Más tarde, fieles a la tradición, el grupo de amigos nos reunimos en la casa de uno para festejar el día. Bebimos buen vino manchego y comimos hasta que la necesidad se transformó en gula. Pero, ¿cómo rechazar la empanada de Mari Carmen, la tortilla de berenjenas de Isabel y la de patatas de Cati, los langostinos de Antoñita, las carrilladas a la brasa de Lourdes, la carne de membrillo de Mari, el flan de Teo o los bombones helados de María José? Era necesario probarlo todo. Por la calle, los chiquillos se entretenían echando serrín y papeles minuciosamente picados en las puertas de las casas. Antes la costumbre era tapar con gachas las cerraduras de las puertas, lo que provocaba más de un enfado a la mañana siguiente.
Y como colofón a tan magnífica velada, hubo eclipse de luna. Una noche espectacularmente despejada (a pesar de las nubes iniciales) nos permitió contemplar como nunca habiamos hecho el desplazamiento de la sombra terrestre sobre la superficie lunar. Hubo también dos estrellas fugaces. Qué misterios los del universo.
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Convento en venta

Hace ya días que venía comentándose en el Foro de Pedroche (recordemos que, en la actualidad, la mejor manera de estar informado de la actualidad local es leer los foros de cada pueblo). Hoy salta, por fin, a la prensa: el convento de las monjas Concepcionistas de Pedroche, que data del siglo XVI, está a la venta por 300.000 €. Todavía hay cierta confusión sobre cuál es la parte del convento que se vende en realidad, pues, al parecer, según declaraciones del párroco de la localidad, sólo se trataría de un cuarto del total, el cual es propiedad de la congregación, que necesita el dinero para reparar su sede de Hinojosa del Duque, a donde se trasladaron hace ya tiempo las monjas de Pedroche. En cualquier caso, la venta no afecta, de momento, a la capilla ni al coro, que son propiedad del Obispado.
La noticia ha causado la natural indignación en Pedroche, que ve como una parte de su patrimonio histórico-artístico monumental camina hacia un incierto futuro. A ello se une el secretismo que parece envolver el asunto: todos, incluido el párroco de la localidad, se enteraron de la venta por un cartel colocado en la puerta del convento, sin que nadie pueda precisar a ciencia cierta más datos. En otro lugar pienso reflexionar más adelante sobre el concepto de propiedad de los edificios religiosos, pero de momento baste apuntar que el convento fue construido, como suele ocurrir, gracias a las aportaciones y donaciones de los vecinos de la localidad, que ahora podrían verlo convertido en viviendas privadas o en almacén de coloniales, quién sabe si en chatarrería.
Pedro de la Fuente, en su magnífica página sobre Pedroche, ha incorporado un dossier sobre el tema, que se irá actualizando según se vayan produciendo novedades.
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Música en la almohada

Conocí la obra de Pedro Tébar gracias a una entrevista publicada en El día de Córdoba. A través de la tienda virtual de El corte inglés conseguí un ejemplar en unos diez días y lo he leído en dos.
Música en la almohada (Huerga&Fierro, 1999. Premio Tiflos de Cuentos en 1996) se presenta como una colección de relatos situados en Mardencina (nombre imaginario bajo el que pronto se reconoce a Villanueva de Córdoba, pueblo natal del autor) y ambientados en los años 40 y 50 del siglo pasado. Ahí se describen, como retazos de la memoria, hechos, personajes y situaciones familiares para el lector de Los Pedroches, con un tono que –y es de agraceder- se aleja de la habitual nostalgia pegajosa a la que otros autores de este tipo de literatura de evocación nos tienen acostumbrados. Los estilos van desde el costumbrismo más puro hasta ciertos toques no disimulados de realismo mágico, sin faltar ecos que me recuerdan al Muñoz Molina de El jinete polaco.
La lectura de Música en la almohada me ha producido una sensación semejante a la que debieron experimentar los protagonistas de su relato “El mamporrero”. Tras despertar mis glándulas literarias con una prosa clásica y elegante, tras hacerme gozar de este pecado solitario que es la lectura en los tiempos que corren, tras obligar a mis manos a trabajar deprisa pasando hojas, cuando parecía que nada ni nadie hubiese podido reventar el orgasmo que produce la buena literatura, en ese momento, sin embargo, todo se acababa sin conseguir el climax imaginado y deseado, dejándome con la mueca tonta de lo que no ha terminado como debía. Realmente los “relatos” de este libro (¿pero podemos llamarlos relatos?) se leen con el placer de la literatura bien escrita y rica en recursos, pero tras acabar cada uno queda la sensación de que algo falta, como de un climax interruptus, como que se trata de los retazos de una historia que no se cuenta, que está en otro lugar, como si fueran las páginas complementarias de una historia auténtica que no aparece, como si estos relatos fueran los complementos circunstanciales de un sujeto que no se ha escrito. Como si, según la cita inicial de Julio Llamazares, sólo viéramos cuatro o cinco fotogramas de una película que se nos niega.
A veces leyendo estos relatos uno piensa más en el género biográfico, en unas memorias, que, hiladas de otro modo, hubieran hecho innecesaria la división en unidades independientes. Salvo en algunos casos, no hay un argumento narrativo, no hay una historia, o ésta es ligerísima, y lo cierto es que se echa en falta una cierta fabulación. La descripción de ambientes y situaciones es sobresaliente en capítulos como el titulado “La escuela de la Tía Lucía” o “El anillejo” (encantador y reconocible “relato” sobre las antiguas matanzas caseras), pero el lector siente que lo contado no basta, que tiene que haber más, que lo publicado son apuntes para una historia con otra arquitectura, porque de lo contrario todo se queda en un mero ejercicio literario, acabado con brillantez pero artificioso. Por eso mismo, espero con impaciencia esa novela en la que, según anuncia el autor, trabaja actualmente, deseando que resulte ser lo que estos relatos prometen.
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Recuerda

Cerro del Cuerno/4
En el centenario del proyecto de su construcción, un paseo por el cementerio de Añora se convierte en un recorrido por un escenario de ausencias y de recuerdos. Su campo aparece salpicado de cruces que señalan antiguas tumbas ya perdidas en la memoria de los vivos. En algunas de ellas hay pequeñas placas de chapa con nombres que ya no pueden leerse, recordatorios que nada recuerdan, fechas vencidas por el tiempo. Están desordenadas y han perdido su línea de horizonte, pero persisten en marcar los últimos vestigios de ese tozudo deseo tan humano de no perecer del todo. ¿Quién yacerá bajo esta crucecilla en cuya ingenua chapa de medialuna alguien grabó con letras de molde sólo esta frase: "Recuerdo de tus nietos"? ¿Qué terrible historia de hijos muertos antes que sus padres se ocultará en ella?.
Tantos nombres, tantas vidas y tantas historias. Las más inquietantes son aquellas que la gente ya ha olvidado, pero que una palabra grabada en la piedra colabora involuntariamente a despertar. En este catálogo de soledades que son las inscripciones lapidarias, qué pensar de los últimos momentos de la vida de un hombre de 79 años que se cerró con una dedicatoria tan escueta como ésta: "Recuerdo de tu cuñada Isabel". Cómo no sentir la terrible aflicción de unos padres anónimos cuyo hijo "voló al cielo" en 1927 a los quince días de nacer. Quién no se turbará ante una sepultura de 1951 que, al modo en que se dirigían a los viandantes las estelas funerarias romanas que flanqueaban los caminos, invita al cortejo de la muerte con este sortilegio: "Besa esta tumba". Ahí quedan también los duelos de aquellos a quienes sus familiares obligaron a testimoniar eternamente el rencor: "Asesinado por las hordas marxistas", dice una lápida que ya se deshace. Otra más reluciente añade la prueba definitiva de tanta soledad: "Recuerdo de sus resobrinos". Y lo que más desconsuela tras el descubrimiento temprano de tantas promesas de recuerdo eterno incumplidas será sin duda la nuestra propia, la que sellará nuestra memoria y manifestará a los demás la flaqueza de la condición humana.
Según te acercas al final, la angustia crece. Se trata ahora de nombres conocidos, de personas con las que has compartido un tiempo de existencia y cuya presencia en las tumbas se convierte en la prueba irrefutable del parejo destino que nos aguarda. Según llegas al final, la historia del cementerio comienza a ser tu historia, aquellos muertos son ya parte de tu vida. Ahí, al final del cementerio, junto a una inscripción que tiene un nombre con tu apellido, está el dolor necesario de la evidencia, el dolor de haber sentido el vuelo oscuro tan cercano, el dolor de por fin saber que el tiempo está llegando.